Empiezo a llegar tarde al tren desde el momento en el que saco el billete. Cuando piensas que no hay nada más angustioso e impredecible que comprar un viaje en la web de Renfe, te encuentras con algo peor: un contador en reverso cuyos segundos son engullidos por el vacío al doble de la velocidad del tiempo habitual. ¿A qué se debe esta peculiar anomalía de las reglas universales? A que te vas. Se acabó. Adiós.
Tus vacaciones eran un lugar tranquilo y apacible donde no había que madrugar ni ir corriendo a ningún sitio, pero desde que has comprado un billete para volver a casa, ya no cabe en el día todo lo que te falta por hacer. No podrás comprar regalos para nadie ni aprovisionarte de dulces locales y bebidas de la tierra, no te dará tiempo a ducharte ni harás la maleta con cabeza y tranquilidad, como habías pensado. Tan solo corres de un sitio a otro, atolondradamente, intentando hacer algo a derechas pero abandonando cualquier intento a la mitad.
Es imposible concluir dignamente unas vacaciones. El último día te das cuenta de que no has hecho algo que considerabas importantísimo, aquello que quizás era el motivo principal de este viaje, como arrojar una piedra al mar como acto simbólico por todas esas cosas de las que te quieres desprender, como visitar a un amigo que vive en el lugar al que has viajado y al que hace años que no ves, como la gran comida en un restaurante que dijiste que te ibas a pegar, como el lanzamiento en alta delta o como el chapuzón en el agua helada. No sé qué será, pero siempre hay algo: haced examen de conciencia en el último día y comprenderéis que habéis echado a perder vuestras vacaciones.
Esto es solo el principio. Sigue leyendo haciendo clic en este enlace. Este artículo pertenece a la serie El verano del coronavirus, publicada en eldiario.es
Todas las ilustraciones de la serie han sido realizadas por Isa Ibaibarriaga.
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