Hay dos categorías claves en este blog. Una de ellas es Cosas que pasan cuando sales a la calle. La otra es Cosas que pasan cuando te quedas en casa. Por supuesto, este año ha sido abundante en la segunda. Echo de menos terriblemente cuando escribía día a día sobre la primera. He pasado las fotos de este año del móvil al ordenador, clasificándolas en carpetas y borrando las inútiles. Durante este proceso he revisitado 2020 como en un previously abundante y grosero. Quisiera compartir algunos momentos con ustedes.
Secretamente siempre había deseado subirme a una carroza. Sobre todo, en el Orgullo. Pero la cabalgata de Reyes de Prosperidad también me pareció una opción bastante digna. Fui acompañada de Mídori y Eleonor y las tres nos vestimos con estos trajes de pez que yo misma confeccioné en los días previos. Ojalá hubiera llevado una peluca azul pero me daba vergüenza restarle protagonismo a Gaspar.
Este año he tenido que renunciar en gran medida al periodismo, lo cual ha sido una decisión muy difícil y áspera para mí. Por ello, del poco tiempo que he podido dedicarle, los dos días que pasé acompañando a Mónica Pinedo durante su turno de oficio fueron un tesoro. Fuimos a comisarías y juzgados, no comimos más que un plátano rápido metidas en el coche (era enero) y tomamos cafés, como este delante de Plaza Castilla con Isidro Moreno de Miguel, de la asociación de letrados y letradas por un turno de oficio digno Altodo. Lo que aprendí ese par de días dudo que fuera capaz de reflejarlo en el reportaje para El Salto, pero al menos ahí hay una defensa de los abogados del turno, porque alguien tiene que defenderles a ellos.
Empecé el año con un reportaje sobre los abogados y abogadas del turno de oficio y lo acabé con otro sobre los enfermeros y enfermeras de la sanidad pública. Me gusta este tipo de periodismo sencillo y apasionante. No es difícil de hacer pero requiere escucha y curiosidad, así que supongo que por eso se me da bien. El reportaje es el formato clásico del periodismo: vas a un sitio, hablas con las personas que están allí, entrevistas a varias fuentes, lees algún informe y básicamente ya lo tienes, solo hay que procurar no dejarse fuera nada demasiado importante (esto me ocurre a veces), trabajar bien el comienzo (soy muy obsesiva con eso, el primer párrafo me lleva un tiempo exagerado en relación a los siguientes) y encontrar un buen titular. En esto último no soy buena, pero creo que me quedó bien el que puse en este caso: «El turno de las enfermeras», dado que pospusieron durante el que debería haber sido su año de reivindicaciones, el Año Mundial dedicado a su profesión, por entregarse a cuidarnos durante la pandemia; ahora, ha llegado el momento de recuperar esa otra lucha. Escribiendo esto me he dado cuenta de que hay un uróboro entre aquel turno de oficio y este de la enfermería.
Este de aquí es el ministro de Cultura, José Manuel Rodríguez Uribes. A la derecha está Borja Cobeaga, con la cara cortada (presidente de Dama además de cineasta). Acudí a curiosear al ministerio en el acto de trapaso de cartera. Me gustó -como siempre- pegar la oreja en las conversaciones ajenas. Los cuchicheos en este acto de relevo eran divertidísimos. Nadie habló mal de Guirao, el ministro saliente, eso puedo atestiguarlo. Pensé que este año podría escribir mucho más sobre política cultural pero no ha sido posible. En cambio, me he marcado algunos cuantos artículos sobre la Sgae que no han estado del todo mal.
Some Ember. Este es el último concierto al que acudí en 2020… y sucedió el 26 de enero. Fue una de esas situaciones típicas en las que puedes decir que jamás habrías imaginado que ese fuera tu último concierto. Del verano para acá lo he pasado anhelando con fuerza los viejos tiempos: los conciertos, salir por la noche, aquella normalidad. Como si se me hubiera agotado la vida de golpe, me arrepiento de todos aquellos conciertos a los que dije no. Tengo entradas para varias actuaciones que deberían haber sucedido en 2020 y han sido pospuestas. Siguen ahí, esperando, viendo como de vez en cuando la fecha se empuja unos meses más para adelante.
Cada año, los equipos de las escuelas del Estudiantes se hacen una foto en Magariños y los jugadores y las jugadores de los equipos titulares, también. Al acabar, los niños y niñas someten a un acoso sin límites a los jugadores, persiguiendo sus autógrafos. Me encanta que uno de ellos fuera recolectando firmas en su cuaderno de mates. Sería chulo decir que estuve allí para escribir un artículo, pero no, la historia es mucho mejor: Eleonor entrena al baloncesto en la escuela del Estudiantes, lo cual es superemocionante. En principio, más para mí que para ella, pues aún no se ha dado cuenta de lo especial que es. Hicieron el 24 de Kobe Bryant, que acababa de fallecer. El asunto despertó cierto debate sobre si era un referente lo suficientemente íntegro como para rendirle tributo así, debido a su denuncia de abuso sexual.
Esa placa vacía simboliza de manera muy evidente todo lo que falta: el silencio, la escritura de la historia con la pluma de los vencedores, los nombres borrados de la memoria. Está en el memorial de La Almudena (todavía no inagurado) y la hice colándome por una verja el 12 de febrero. La cobertura del memorial ha sido mi gran tema periodístico del año, el cual coroné con una exclusiva: que además de arrancar del memorial los nombres de los asesinados por el franquismo, el gobierno municipal del PP también decidió que en esa placa no se grabaran los versos de Miguel Hernández que habían sido escogidos para acompañar el conjunto escultórico. El PP en la ciudad de Madrid ha hecho grandes canalladas, pero esta humillación a las víctimas de la dictadura ha sido la peor.
Este camino lleva desde la estación de metro de Rivas Vaciamadrid a la nave en la que están las oficinas y almacenes de Gen X Games y Generación X. Lo recorrí a diario durante tres semanas hasta que comenzó el Estado de alarma.
Aquí estoy yo en el escenario del Teatro Pavón Kamikaze, cuyo cierre se acaba de anunciar. Me invitaron unos estudiantes para que hiciera una exposición, un poco teatralizada, de mis paseos por Prosperidad. La verdad es que me pilló en un muy mal momento: varios reportajes que tenía que acabar a la vez que había empezado a trabajar en Gen X Games. No me lo preparé bien y no tenía un buen día. Me salió bastante regular tirando a mal. El mundo estaba a punto de estallar.
En los meses posteriores, nos hicieron sentir mal por haber participado de este 8M. Miro ahora las fotos y esa sensación de culpa ha desaparecido. Qué emocionante fue: como cada año, un acto de belleza y de fuerza que me da aliento para los once meses restantes. En mayo me pidieron en eldiario un artículo sobre todos los grandes actos multitudinarios que hubo anteriores al 8M, donde el virus también campó a sus anchas. No vimos a la derecha atacar a los hinchas del fútbol, a los aficionados a la Fórmula 1 ni a los salones del manga.
De entre todas las fuerzas del mal con las que he lidiado este año, la más poderosa ha sido el miedo a la enfermedad. No me refiero a la COVID-19, sino a todas las demás: dolencias inexplicables que me han atormentado y con cuyo miedo ha convivido, sin poder gestionarlas adecuadamente debido a la pandemia. A pesar del duro momento para la sanida pública, mi médico me ha visto en varias ocasiones, me ha llamado por teléfono otras cuantas y me han hecho una ecografía y una colonoscopia en el hospital de la Princesa. A menudo he pensado en contratar un seguro privado solo para dejar de dar la lata. Me aterraba un mal diagnóstico pero también me sentí fatal cuando el resultado de las pruebas fue positivo. Sigo sin saber qué me pasa. Quizá no me pasa nada y es solo mi cuerpo, que no sabe gestionar la vida.
Además de los reportajes citados y la cobertura del memorial, he completado mi año periodístico hablando de mí misma y de mi familia, un egotrip solo comparable a los años duros de este blog y sobre el que aún no doy crédito. eldiario.es me invitó a trasladar mi diario personal a las págians de este diario informativo, y eso hice durante 82 artículos a lo largo del estado de alarma y 18 entregas de una serie de verano. Alucinante. No sé cómo me permitieron hacer algo así. Me dijeron mis amigos periodistas que es bueno para los periódicos desahogar de esa manera, crear un espacio donde lo personal se filtra y hace descansar al lector y la lectora de lo insólito y lo grandilocuente de los titulares diarios. Quise creerles. Fue fabuloso colaborar con Isa Ibaibarriaga durante la serie de verano. Ya dije por aquí que toda mi vida había soñado con un encargo así. Tuvo que suceder en 2020. No sé si estuve a la altura de mis expectativas, probablemente no.
Esa soy yo en el día de mi cumpleaños. Cumplí 45 años. Me cuesta creerlo. Soy terrible para aceptar el paso del tiempo. Tengo una mediocrisis encima por eso. No me reconozco en las fotos, por eso dejé de publicar retratos míos por ahí y cambié los avatares de las redes sociales por dibujos. A finales de año estoy desandando ese camino, como tratamiento de choque para aceptarme como soy: una mujer de 45 años.
Multipantalla. Ventanitas. Gente en casas. Además de los selfies con mascarilla, esta es la imagen más reconocible de 2020. Muchos se quejan pero a mí me agrada. Prefiero las reuniones por zoom que en persona, me gustan los streamings y disfruto con las videollamadas colectivas. ZEMOS98 me dio la oportunidad de trabajar en un evento online, tan característico de estos tiempos de transición de los planes que teníamos previstos en el mundo aquel en el que nos juntábamos los cuerpos a este de aislacionismo. Gaming for the commons no es el único proyecto que me traigo entre manos con ZEMOS, lo cual me hace muy muy feliz.
Este es Alberto Monreal, mi marido. No uso jamás esa expresión, salvo cuando no queda más remedio. Odio la connotación que tiene y, sobre todo (again), ese tufo a señora mayor que tiene un marido. La verdad es que podríamos no habernos casado pero lo hicimos por motivos ruines y legales: nos convenía. Juntos hacemos un podcast, cuidamos y pagamos de una casa y criamos a una hija fantástica que nos hace reir y enfurecernos varias veces al día. Se nos va demasiado tiempo en tonterías: trabajar, hacer la compra, hacer la comida, reparar cosas que se rompen. Pero tenemos nuestros espacios en los que volvemos a ser quienes somos: cuando hablamos por Telegram (a veces, incluso, esto sucede cuando estamos los dos en casa), cuando nos pasamos canciones, cuando hacemos chistes que jamás podrían salir de estas cuatro paredes, cuando vamos a conciertos (o, al menos, cuando íbamos, cuando había) y otras cosas que él sabe y que la mujer decorosa de 45 años que pretendo ser ya no comenta por aquí.
Este es nuestro palacete, que una y otra vez cubrimos con manos del mismo color de pintura. Lo que hicimos en verano fue toda una hazaña bélica. Me hacen sentir bien estas cosas materiales, aunque luego no queden perfectas, pero tienen tu huella, tu esfuerzo. Ahora lo pienso y quizás en aquel esfuerzo nace el lumbago de hoy. Soy una floja, no tengo fuerza. Voy al gimnasio, pero poco. Desde que hay un virus suelto por ahí, la verdad es que mucho menos. Me sueño a mí misma fuerte y valiente como Tura Satana.
Pero soy frágil y quebradiza.
Lo que llevo peor de la maternidad es el desgaste emocional. Siento que cuanto más fuerte se hace ella, más vacía y avejentada estoy yo. Repetir las mismas frases todos los días (lávate los dientes, cuidado, péinate, ¿te has lavado las manos?), perseguir a una niña para que haga las cosas que crees que debe hacer, es una tensión que a veces me supera. Ya sé que tiene sus recompensas, pero dejadme quejar.
Hay cosas que habremos hecho bien (aunque enseñarle a comer verduras y amar la lectura no parecen dos de ellas) porque Eleonor es una niña amorosa, generosa y atenta con los demás, ingeniosa, perspicaz, divertidísima y llena de pasión y curiosidad. Ama el cine y la música. Le chiflan los bebés, jugar a las familias con los playmobils y la ropa. Se viste con looks espectaculares, combinando prendas arriesgadas con intuición; aunque le digas que algo no pega, ella solo confía en su instinto. No está mal, ¿no?
De lo mejor de este año ha sido pasar un mes y medio en A Coruña. No había motivo para volver a Madrid y podía trabajar desde allí. Qué fabuloso. Nuestro piso allí está en venta pero no se vende. Cada verano es un tiempo ganado a ese final que no sé cuándo llegará. Este verano no quería que se vendiese jamás, me habría quedado a vivir allí, incluso.
De vez en cuando pienso si podríamos cambiar de vida. Mudarnos a otro lugar. Hacer que la vida vaya más lenta al hacerla nueva y diferente. Supongo que no es posible. Somos madrileños. Nuestra vida es esta. Tenemos un palacete rojo. Entradas para conciertos que algún día alguien nos cortará en una puerta. Tacones que volver a ponerme, maquillaje con el que cubrir mis arrugas. Reportajes que hacer. Partidos que ganar.