Da pereza levantarse pronto un domingo después de un sábado salvaje. Da pereza quitarse las lentillas, cambiarse el tampón en mitad de una siesta, empezar una serie de 9 temporadas, estudiar el primer día de curso y leerse el reglamento antes de jugar. Pero nada da más pereza en la vida que levantar el campamento tras un día de playa. Odio desclavar la sombrilla. Odio sacudir la toalla. Odio arrastrar mis piernas sucias de arena y sal hacia la salida. Odio esperar la cola de la ducha, intentando evitar los ríos de barro. Odio mancharme los pies de nuevo después de haberlos limpiado. Odio el picor del cuerpo y saber que no me podré dar un baño con jabón hasta quién sabe cuándo, porque también habrá que esperar la cola de la ducha de casa.
A las gentes de secano no deja de fascinarnos ese tipo o tipa particular que es el solitario de playa. Para los de fuera, vacaciones y playa son dos conceptos que van de la mano. Pero los autóctonos integran de manera natural el mar en su rutina diaria, al igual que toman el café en el bar, toman el sol en la arena a la salida del trabajo. Los ves venir bien vestidos, cargados con una pequeña mochila. Se quitan la ropa de calle y debajo aparece la llamativa licra del bañador, preparados para la acción, como Supermán. Doblan con cuidado sus prendas y las meten en la mochila. Si tienen zapatitos, los dejan al lado, con un arte refinado para evitar que les entre arena que los demás no adquiriremos jamás. Extienden una toalla fina y nueva (ni la de Benidorm, ni la de Snoopy, ni la del Xacobeo 93) y pasan allí un par de horas deliciosas hasta su próximo compromiso.
Y luego, estamos los demás. Los que llevamos a la playa solo lo imprescindible: la sombrilla, el cacharro para clavarla en la arena, la silla, la esterilla, la toalla, la nevera, la bolsa con los cubos, las palas, los rastrillos, los moldes para hacer tortugas de arena, las raquetas, la pelota, la comida, la bebida (una de agua, dos refrescos, dos cervezas), los hielos para enfriar la bebida, un bote de crema, un segundo bote de crema (por si acaso), una crema para la cara, toallitas para limpiarse, gel hidroalcohólico, espray hidratante para el cabello, un cepillo y unas gomas, unas pinzas depilatorias, tres juegos (el Palabrea, el Jungle Speed y el Virus, este último es muy importante), un libro, otro libro (por si acaso), un sombrero, un bañador de repuesto, la mascarilla, el móvil, los cascos, un cargador solar para el móvil, un billete de cinco euros (para los helados) ¡y una libreta y un boli para apuntar las cosas que suceden en la playa para luego escribir un artículo sobre ello! Y seguro que me dejo algo.
Esto es solo el principio. Sigue leyendo haciendo clic en este enlace. Este artículo pertenece a la serie El verano del coronavirus, publicada en eldiario.es
Todas las ilustraciones de la serie han sido realizadas por Isa Ibaibarriaga.
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