85 años desde que te mataron

Querido abuelo: me llamo Elena, soy hija de tu hijo, no nos conociste a ninguno de los dos porque te mataron un día como hoy hace 85 años. Mi padre, Luis, era un bebé recién nacido. Yo tengo ya 46 años. Perdóname por haber llegado tan tarde a buscarte, no sé qué me entretuvo. Quizás, simplemente, que estábamos a otra cosa.

Abuelo, soy periodista. Me gustaría saber qué periódico leías tú en los años 30 en Toledo, si eras más de El Castellano o de El Socialista. Quiero pensar que del segundo, aunque fue el primero, un periódico de derechas y católico, el que me trajo noticias tuyas. Lo sabrás perfectamente porque sucedió en 1934 y mis compañeros de aquel entonces dieron cuenta de tu participación como testigo en el juicio contra tus compañeros de aquel entonces: Hilario, Agustín y Julio, camareros, como tú; sindicalistas, como tú.

De lo que no dijeron nada los periódicos fue de tu asesinato. En ese momento de terror en vuestra ciudad no había tinta, solo sangre. Al final, después de todo este tiempo buscándote, no sé nada de tu muerte pero sé muchas cosas de tu vida que no me contó nadie de pequeña: que te gustaba trabajar la madera, y se te daba bien, que trabajabas en el Café Español en la plaza de Zocodover, que tu padre murió solo dos años antes que tú, cayendo al Tajo, que defendias a tus compañeros, que te mantenías a flote entre dos aguas, que no tuvo que ser fácil para ti estar con tus compañeros, defenderlos, apoyar la huelga, luchar por lo que considerabas justo, y luego volver a casa donde te esperaban tus cuñados falangistas, carlistas, reaccionarios. Fachas, en definitiva, que los llamamos ahora.

Cuando te mataron, nos arrebataron de ti y como consuelo puedo decir que al menos te ahorraste ver toda la muerte y la represión que vino después; se luchó fieramente contra los fascistas tres años más pero la derrota fue inmensa y eterna: le siguieron 40 años de dictadura y no te creas que ha acabado del todo. Te sorprenderá saber que hay mucha gente, de los vencidos, que fueron enterrados quién sabe dónde y perdidos para siempre. A otros todavía los estamos encontrando. La humillación sigue bajo la tierra.

Me parece importante comunicarte que tú no eres uno de ellos. Durante años pensaba que estabas desaparecido y cuando al fin me animé a buscarte, averigüé que me esperabas mucho más cerca de lo que nunca me podría haber imaginado. En los últimos días de tu vida te encerraron tras unos barrotes pero la cárcel más grande, la condena que padeciste durante décadas, se te impuso con puertas blindadas de silencios. En casa no se hablaba de ti, como de muchas otras cosas, como en muchas otras casas.

Abuelo Raimundo, te quiero sin haberte conocido, en eso consiste la lealtad y la familia. La familia de aquel entonces no te ayudó cuando lo necesitabas; cómo iban a hacerlo, si representas todo aquello que repudiaban. Yo, tú familia de este entonces, he hecho por ti todo lo que he podido, sabiendo que nunca será suficiente.