Están los bares en los que se tiran las servilletas de papel al suelo: haces una pelota, intentas encestar en la papelera y, si fallas, no pasa nada. En Madrid están los del serrín y las cabezas de gambas, que no sé si siguen existiendo o ya se convirtió en un mito para asustar a los de fuera o, quizá, alguien montó una recreación vintage con muebles descoloridos y el serrín delimitado en cajones de madera. Están los bancos de la calle que los imaginas aún calientes porque se les ve rodeados de un manto de cáscaras de pipas. Están las proximidades de las iglesias llenas de palomas metiendo el pico en las estrechas ranuras del empedrado para extraer los restos de una batalla de arroz. Están las puertas de los hospitales con el suelo cubierto por una colcha de colillas, unas aplastadas, otras intactas y consumidas, otras manchadas de carmín.
También están las aceras grises moteadas de círculos más oscuros, que en realidad son bolas de chicles aplastados, que tardan cinco años en desaparecer. Hasta que reformaron la madrileña plaza de Callao hubo una mancha grande y oscura en una esquina junto al cine Capitol que provoqué yo el día que se me estalló contra el suelo una botella de litro de salsa de soja. Y en el suelo de piedra porosa y beis del descansillo del segundo piso de un portal que no diré cuál es, hay un extraño dibujo en el suelo, imborrable, de forma indeterminada, provocado por mí hace 25 años, cuando no pude llegar a casa a tiempo y me meé encima. Eran secretos hasta hoy.
A todas estas asquerosidades hemos tenido que sumar los guantes y mascarillas que ruedan por el suelo desde que llegó a España la pandemia del coronavirus. Como son livianos, van de un sitio a otro, como ruedas de paja en el desierto, sin que nadie los detenga. Ni siquiera cuando se quedan enredados en nuestros tacones. Nos los sacudimos de encima con aprensión, imaginándolos a tope de carga vírica, contagiando solo por mirarlos. Nos parecen tan íntimos como los pelos caídos de otros, las uñas cortadas de otros, la cera de las orejas de los otros. Cosas que preferimos ignorar.
Esto es solo el principio. Sigue leyendo haciendo clic en este enlace. Este artículo pertenece a la serie El verano del coronavirus, publicada en eldiario.es
Todas las ilustraciones de la serie han sido realizadas por Isa Ibaibarriaga.
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