Voy al balcón a leer a un Aldecoa que le he cogido a Milord de esa estantería que ha pasado a formar parte del Imperio estelar, pero acabo distrayéndome porque el sol rebota en las páginas blancas y me hace daño en los ojos. Miro hacia abajo atraída por una chica de falta larga que camina ondeando la tela, marcando el ritmo a paso rápido. Imagino que se cree en un videoclip. Recapacito unos segundos después, a menudo creo que todo el mundo piensa igual que yo.
Ayer nos dio un ataque de risa en el programa de radio. No diré en qué momento porque es bochornoso. Entendí que la palabra ataque sirve, precisamente, para casos como este, en los que no puedes hacer nada para defenderte de esa bomba algo impúdica. En el balcón he recordado la cantidad de tonterías que dije ayer. Me explico fatal bajo presión. Yo sé lo que quiero decir pero no me sale y entonces la lengua se me va por lo tópicos y al querer arreglarlo lo empeoro.
Con lo bien que estaba yo leyendo a Aldecoa no sé porqué tuve que empezar a pensar. Lo hago poco, no había porqué intentar mejorarlo. Hoy, desde luego, no parece día para pensar mucho. Quizás mañana, que lloverá. Pero hoy el sol te tuesta las ideas. A mí me gusta pensar hablando pero eso es algo muy inusual porque no existen interlocutores dispuestos a ello. La gente quiere datos, chistes, cosas nuevas, ideas ágiles esbozadas en tres segundos. Si no sabes hacer eso olvídate, estarás condenando, como yo, a tener un blog como único compañero de conversación.