No sé si lo he escrito alguna vez por aquí, pero aprovecho la ocasión para decir que me encantan los salones de los hoteles. Te puedes sentar durante horas sin que nadie te pida explicaciones, aunque quién quiere sentarse durante horas en un hotel. En realidad suelen ser minutos que parecen horas. Minutos sin quehacer, donde esperar a alguien, leer el periódico o levantar la tapa del ordenador y ver pasar caras con las que te cruzarás una vez en la vida. Ahora estoy en uno de ellos, en este, esperando (yo también) a que el gelocatil se lleve un inmenso dolor de cabeza.
Ayer lo estuve tuiteando, no podía callarme, fue todo muy especial. Merece la pena estar disponible y tener amigos para que sea posible que algo como esto suceda, que te llamen para venir a otra ciudad a conversar con alguien a quien mucha gente quiere conocer.
Hace dos días os contaba quién es Vincent Moon y os enseñaba algunos de sus vídeos que más me gustan. Hoy os puedo hablar un poco mejor sobre él y las cosas que sucedieron ayer, a pesar de que la migraña me hace sentir algo torpe en la escritura.
Cuando me aproximé al grupo que esperaba en la acera divisé a Isaac Monclús rodeado de personas que me daban la espalda. Uno de ellos se giró de golpe y me miró con ojos saltones diciendo mi nombre, parecía aún más joven de lo que esperaba. Me fijé en su aspecto mientras caminábamos hacia el restaurante, lleva un corte de pelo que probablemente se ha hecho él mismo y viste una divertida chaqueta de marinero, envuelta en un pañuelo muy largo al cuello, que le da muchas vueltas; todos esos giros alrededor de su cuello me hacen recordar a él mismo girando alrededor de Gaspar Claus, en un paso de baile que ha repetido al menos dos veces y que más tarde bautizaremos como the Gaspar Claus spinning thing. Eso de dar vueltas lo hace en dos de los vídeos que puse en el post anterior y que, además, ayer proyectó. Para mí era un misterio que este violonchelista apareciera también en el vídeo de Tomokawa, de golpe, sin esperarle. Me había gustado mucho los vídeos grabados con su padre en Port-Bou. Vincent Moon me explica enseguida que es su mejor amigo. Más tarde, en un taxi, me cuenta que el violonchelo es el instrumento qué más le gusta filmar, yo le digo que me emocionó esa toma en el que Gaspar lo toca tumbado en el suelo, abrazado a él como si fuera una persona, él me dice oui, oui, oui.
Estoy escribiendo este post para mí y para mis amigos que me leen pero ahora pienso que también es para los que vinieron ayer al encuentro y no les contamos todo lo que hubiéramos querido decirles. A pesar de que duró dos hora y media, creo que apenas pudimos explicar nada, que el tiempo fue escaso. Vincent Moon dice que sus películas son su memoria, es su vida grabada, su álbum de souvenirs. Lo mismo que es para mí The Last Dance.
Cuando llegué a la sala que en la planta cuarta del Palau de la Virreina nos habían reservado me decepcioné. Después de haber estado criticando los días pasados que la Semana Gótica de Madrid, llamándose gótica, no pudiera subvertir el escenario típico de público en sillas mirando un estrado con tarima elevada, mesa alargada, micrófonos y ponentes parapetados (ese género/estilo del Forum de la FNAC, que odio), me encontraba con un escena similar que me hizo pensar en las ruedas de prensa tras el Consejo de Ministros. Además, en el frontal de la mesa ponía Institut de Cultura. Yo no quería estar ahí haciendo de institutriz de cultura. Vincent Moon sacó su portátil y comenzó a realizar las conexiones. Me acerqué a él y le pregunté ¿te gusta esto? Me contestó educadamente, es un poco raro, dijo. Yo le dije, a mí no me gusta. Le pedí a Isaac que nos saltáramos el protocolo, que queríamos estar por delante de las mesas. Él consiguió algo mejor: que las quitaran de allí. Desaparecieron en un minuto y trajeron una mesita baja, cuadrada, pequeña. Vincent Moon pidió entonces una luz baja para poner en la mesa y que nos dejaran la sala a oscuras. Eso fue genial. Aquel lugar tan frío se convirtió en un saloncito acogedor, íntimo y mágico como una sala de cine o una cuarto de revelado. Y entonces aparece Isaac con una botella de vino blanco y dos copas. Me hubiera gustado tener copas para todos. El vino era un blanco, creo que del Penedés, riquísimo. Me gustaba cuando apagábamos nuestra lámpara y nos quitábamos del medio para ver los vídeos que habíamos seleccionado y que salpicábamos durante la charla. A veces, Vincent Moon desaparecía, se perdía entre la gente y se confundía en la oscuridad. Él dice que apenas puede ver ya cosas, que no se concentra en el cine, que se pone a mirar lo que ocurre alrededor, la cara del que tiene sentado al lado. Él quería ver sus películas porque dice que no las ve nunca, pero yo creo que ayer tampoco fue capaz de verlas sino que sentía la necesidad de alejarse para ver cómo la gente ve.
Miro sus brazos mientras habla, se ha arremangado la camisa y descubro que lleva un tatuaje en la parte interior del brazo, no lo distingo bien pero parecen varias líneas de escritura árabe. Me hacen pensar, al igual que durante la comida, en Memento. Pensé en esa película porque el francés llevaba muchas cosas escritas en las manos. Y, lo que era aún más llamativo, podía ver los borrones de cosas escritas anteriormente y mal borradas con saliva. Tatuajes delebles. La última palabra que lleva escrita en la mano decía TWITTER. Estuve a punto de recordárselo yo misma: Mathieu, acuérdate de usar el Twitter, que no escribes nada desde el 23 de octubre. Pero se acordó. Durante la comida hablamos de la memoria. Es un tema muy importante para mí y me gusta tener la oportunidad de hablar sobre ello con alguien a quien también le preocupa y tiene ideas interesantes al respecto. Ya lo dije antes, sus películas son su memoria. Pero le preocupa alimentar con basura digital una cultura tan saturada de montones y montones de improcesable información. La palabra INFORMACIÓN aparece escrita en mis notas para la charla. Le hago pasar sobre este tema pero, como ocurrió con muchos otros, los explicó mejor durante la comida, ante tres personas, que ante las cien (¿eran cien?) del encuentro.
Al mediodía nos explicó la diferencia entre filmar y grabar. Yo hubiera dicho: claro, filmar es lo que se hace en cine y grabar lo que se hace en vídeo. Pues no es eso. Filmar es estar ahí con una cámara haciendo que sucedan cosas. Grabar es que la cámara almacene lo que está sucediendo y genere información, que luego tú procesas más o menos. Vincent Moon ya no quiere grabar más, sólo quiere filmar. Estaría filmando todo el día, pero algún día quiere que grabar ya no sea necesario para que sigan sucediendo cosas cuando él está ahí provocándolas.
Ese aspecto colaborativo, social, que tiene lugar cuando hace un Temporary Area en el que junta a un montón de grupos de una escena (como los quince de Atenas) y cada uno se asienta en una habitación y él recorre la casa con su cámara, pasando de una canción a otra, es algo que me gusta especialmente. Eso no ocurriría jamás si no fuera por él. Y eso crea una voz colectiva, un discurso colectivo, aunque sea musical, es la voz de una ciudad. En una cultura tan individualista como esta occidental europea en la que vivo (donde muchos no creen en las voces colectivas) es un alivio descubrir una manera de hacerlas sonar.
Vincent Moon canturrea todo el rato. Canta cosas bonitas. Tiene una voz bonita. En la comida me atreví a decirle algo que no estaba segura de si lo haría. De pequeña yo era muy fan del cine musical americano, era mi género favorito. Mi hermana me llevaba (o al menos me llevó una vez) a ver programas dobles al cine estudio Griffith, con una empanadilla chilena entre peli y peli. Como había visto tantas películas de este género, me parecía normal que cuando uno se baja de un barco lo haga cantando ¡New York, New York! Qué triste decepción descubrir que nadie canta al bajarse de un barco en un mundo donde no hay coreografías ni cámaras de cine. Sus vídeos han llenado ese hueco que siempre ha habido en mi vida y ahora la música sí sucede en la calle, en las casas, en los barcos. En sus vídeos hay una gente merendando y entonces empiezan a cantar, y además cantan y tocan de verdad, no como el playback de las películas (bueno, eso del playback tardé bastante en averiguarlo). He estado engañada todos estos años mientras pensaba que el cine musical era falso. No lo es, simplemente está mal hecho. Vincent Moon es el verdadero Stanley Donen.