Las centrales térmicas abandonadas: entre la especulación y el horror

Central térmica de Aliaga. Foto: Elena Cabrera

Ocurrió en nuestro reciente viaje por el Maestrazgo. No la estábamos buscando, ni siquiera conocía su existencia, así que la aparición de la Central Térmica de Aliaga en mitad de nuestro camino fue todavía más impresionante. La armonía de su belleza industrial, la serenidad con la que se apropia del territorio y el silencio con el que se sume en su abandono me conmovieron. Bajamos del coche y la observamos desde el costado de la carretera. Pensé que tenía que escribir sobre ella.

El siguiente artículo nace de la pregunta que me hice cuando retomamos nuestro camino, el cual nos llevaría a un lugar que obviamente dialoga con lo que acabamos de ver: las minas de Se Verá y Pozo Pilar, junto a su propia central térmica, en Escucha. Pensé sobre qué debería hacerse con ese lugar innecesario y abandonado. No sé lo que se debería hacer. Personalmente, sé lo que yo querría que se hiciera: nada. Me gustaría que Aliaga permaneciese para siempre congelada en el instante en el que la vi por primera vez, arrebatadora y distante. Otra cosa es lo que se podría hacer con ella. Ese era el reportaje: averiguar qué piensan las personas a las que les afecta y les importa sobre el futuro de las térmicas abandonadas.

Cuando empecé a investigar no tenía ni idea de todo lo que supe después, desde el rodaje del anuncio del Sónar en 2012 donde la central turolense se convertía en una instalación siberiana (lo habría visto, pero lo habría olvidado) hasta los planes delirantes (y bastante probables) de instalar allí una sucursal del parque temático de los dinosaurios que tanto éxito tiene en Teruel (y que afortunadamente no llegamos a visitar, aunque estaba en nuestros planes para compensar a Eleonor por su paciencia con nuestros intereses).

Captura del video comercial de presentación del Sónar 2012.

De todo lo que se podía contar sobre las segundas vidas de las centrales térmicas desmanteladas, elegí cuatro historias, aunque para no pasarme de extensión tuve que enfocarme en dos y apenas apuntar las otras. Junto a la de Aliaga, me pareció interesante hablar de Sant Adrià del Besòs. De aquella importante central situada entre Barcelona y Badalona, frente al mar y al otro lado del río Besòs, tan solo queda en pie sus reconocibles Tres Chimeneas y la nave de turbinas. No diría alegremente que ambas siguen ahí gracias a que han sido declaradas Bien de Interés Cultural, ya que el poder simbólico de las chimeneas es grande, pero lo mismo la nave de turbinas sí había caído, como el resto de la central, para dar vía libre a la especulación inmobiliaria de los terrenos. Si me interesaba las Tres Chimeneas es porque los ayuntamientos implicados habían propuesto un proceso de participación ciudadana para deliberar sobre su futuro. ¿Bonito, no? Eso quería contar, hasta que al rascar un poco me topé con las críticas al propio proceso, que señalaban su inutilidad como herramienta para proponer algo distinto que no fuera refrendar el Plan Director de la Generalitat. Por más que se quiera esconder, este plan tiene en su página 93 un dato clave: 154.700 metros cuadrados, el 47 por ciento del suelo que se quiere recalificar, estaría destinado a construir 1.719 viviendas. La densidad poblacional de esta zona ya es asfixiantemente alta -y al parecer innecesaria- como para construir más vivienda.

Me interesaba, pues, la tensión que se abre ante la oportunidad que ofrece el cadáver de una inmensa central térmica, entre los intereses de los propietarios (lo cual desemboca en la especulación) y los de la ciudadanía (que busca una dotación que responda a necesidades sociales del territorio en el que se ubica). Este conflicto está cruzado por la evidencia de la obligación de proteger nuestro patrimonio industrial en un país, como bien resalta siempre la Asociación Apudepa, al que le cuesta valorar este tipo de legado.

Las otras dos centrales que merece la pena nombrar es la de Ponferrada, convertida en un museo llamado Fábrica de luz y del que solo he oído cosas buenas, y la de Cercs, escenario para los fantasmas de la famosa lluvia ácida de los 80 y hoy ubicación de otro escenario que parece una parodia cruel: la instalación del efímero parque temático del terror (scream park) Horrorland, que se abrió durante quince días en 2018 y se volverá a plantar allí en octubre de este año.

Captura del video HorrorLand Scream Park – Resumen 1ª edición de OcioTerror.

Aquí va el inicio del reportaje, que se puede leer entero en la web de La Sexta, en la sección Tribus Ocultas.


Por las carreteras tortuosas de asfalto desmenuzado y sin pintar que vertebran el Maestrazgo se llega, algún día, a la central térmica abandonada de Aliaga. Aparece de golpe, silenciosa y terca, a medio romper, admirable desde un improvisado mirador al costado de la carretera.

Como una boca de dientes mellados, a las ventanas de su fachada, alargadas y estrechas como chimeneas, solo le quedan algunos cristales en pie.

En cambio, en 1952, Aliaga sacaba pecho con la inauguración de una poderosa fábrica de producir electricidad gracias a la extracción de carbón de las minas cercanas, el cual bajaba descolgándose por vagonetas aéreas que desembocaban en esta belleza industrial formada por tres enormes naves. Rodeándolas, vemos el agua tóxica del embalse creado sobre el río Guadalope con el fin de refrigerar la instalación, la cual permaneció abierta hasta 1982. Primero acabaron con el carbón más próximo y después, con el de los alrededores, hasta que el alto coste de alimentar a la bestia con combustible fósil traído de lejos dejó de hacerla rentable.

Pero este ogro industrial no solo engullía carbón, sino también trabajadores. Al pueblo le crecieron dos barrios nuevos y hasta dos mil personas habitaron sus calles, ahora vaciadas. El último padrón de Aliaga cuenta que son 200 hombres y 158 mujeres. La central es un fantasma que alguno está pensando ya cómo cazar.

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