Un comunicado del Comité Luis de Sirval

Luis de Sirval

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Mucho recordamos a Manuel Chaves Nogales y poco o nada a Ignacio Carral y Luis de Sirval. La memoria es así, olvidamos lo incómodo. Pero somos el Comité Luis de Sirval y tenemos una cita en el Ateneo de Madrid el 7 de marzo de 1935.

Han matado a uno de los nuestros. Nos han matado a todos. Subimos en grupo las escaleras del edificio de la calle Prado. Somos Agapito Marazuela, somos Emiliano Barral, somos Eugenio Torre Agero, somos Antonio Machado, somos Ignacio Carral. Pío Baroja no somos, no ha venido. Uno de los nuestros, el periodista Luis de Sirval, marchó a Asturias a cubrir la insurrección para El Mercantil Valenciano. Y no volvió. Vimos cómo el legionario búlgaro Dimitri Iván Ivanoff le sacó de su celda y lo ejecutó en un patio de luces, a sangre fría, el 27 de octubre del año pasado, 1934. Pero, ¿qué hacía el periodista en una celda, qué hacíamos allí?

Sirval había llegado tarde a Asturias, como Manuel Chaves, pero no tanto. Durante cuatro días recorrió las cuencas mineras y se puso a hacer preguntas. Llevaba ya dos crónicas enviadas desde allí a su periódico. Las había titulado «Quince días de guerra bajo la enseña roja». La siguiente estaba basada en entrevistas a tres legionarios testigos de lo sucedido cerca de la iglesia de San Pedro de los Arcos, de Oviedo, el 13 de octubre. Allí, las fuerzas legionarias, de artillería y de regulares comandadas por el general Yagüe se liaron a tiros con los civiles. La joven comunista Aída Lafuente defendía la posición con una ametralladora. Tenía 16 años. Las tropas avanzaron y Aída cayó. Su cuerpo fue encontrado en una fosa común.

Sirval tenía un tercer reportaje escrito que aún no había enviado pero cometió el error de comentar en el Café Regina, lo que sus fuentes le habían contado: que Dimitri Ivanoff estaba implicado en el asesinato de Aída Lafuente, a quien posteriormente llamaron la Rosa Roja. Dimitri se enfadó. Mucho.

Ay, Luis, pero cómo se te ocurre hablar de esto en el Café.

La noche del 26 de octubre los guardias de Asalto fueron a detener a Luis a la pensión La Flora, donde, casualidad o no, también se alojaba un capitán de los de Asalto. En los bolsillos, llevaba la crónica inédita, su carné de identidad, el de la Asociación de la Prensa, la credencial para el Congreso de los Diputados, el carné de la Asociación de la Prensa de Madrid y el del Ateneo. El parte policial decía que Sirval había sido detenido por ir indocumentado.

De ahí se lo llevaron al cuartel de Santa Clara y luego a la Comisaría. Sin mediar acusación ni juicio, ni rápido ni lento, un teniente del Tercio lo ejecutó en el patio. Nos ejecutó.

Cinco meses después de nuestro acto en el Ateneo se procesó a Dimitri Ivanoff, que basó su defensa en que el periodista le insultó e intentó darse a la fuga. El fiscal desestimó la declaración de una testigo que afirmaba haber visto la escena desde su ventana. Según el fallo del tribunal, el arma del legionario se le escurrió de las manos y se disparó sola. El Tribunal de Urgencia condenó al soldado por un delito de homicidio por imprudencia temeraria a seis meses de cárcel, los cuales ya casi había cumplido en preventiva, y una multa de 15.000 pesetas para nuestra viuda, pago que, para colmo, eludió al declararse insolvente.

A la familia del reportero le tocó pagar las costas.

Otro de los nuestros, el periodista Javier Bueno, asistió al juicio y escribió lo siguiente: “Lo ocurrido en aquel patio fue esto: Que Luis de Sirval, grande y fuerte como un oso (…), contestó con un bofetón hercúleo y homicida a las mesuradas palabras de un oficial; se abrió paso entre una docena de tiernos servidores del orden en un corredor de un metro de anchura, e intentó huir por donde él sabía de sobra que no había puerta. Entonces, un señor oficial del Tercio, que ha estado en 250 combates, se puso tan nervioso viendo enfadado a un periodista, que se le escaparon todos los tiros de la pistola. Todos los tiros hirieron, mataron y asesinaron por su cuenta y riesgo a Luis de Sirval”.

Javier Bueno fue redactor y columnista en varios periódicos madrileños hasta que aceptó, en los albores de la revolución obrera, trasladarse a Asturias para dirigir el periódico ugetista Avance, abandonando el puesto de redactor jefe de La Voz, en la capital. La noticia estaba en las cuencas mineras. Pero Bueno no era un periodista equidistante: era un militante. Y su periódico, una herramienta revolucionaria que tiraba veinticinco mil ejemplares diarios. Pasó por el calabozo antes y después del estallido revolucionario. Durante aquellos días y con el Estado de excepción vigente, la redacción y las rotativas de Avance fueron incendiadas por la Guardia de Asalto. A Bueno le hicieron un Consejo de Guerra por inducción a la rebelión y acabó condenado a reclusión perpetua. En la cárcel sufrió torturas. Su siniestro sentido del humor asoma de nuevo cuando escribe un artículo, sobre sí mismo, titulado «La mentira de la verdad oficial». Ahí habla de las «llagas oportunamente aparecidas» en su cuerpo al salir del cuartel de Santa Clara. Cinco meses después, el periodista salió amnistiado de la cárcel.

Foto que evidencia la tortura que el periodista Javier Bueno sufrió en la cárcel.
Foto que evidencia la tortura que el periodista Javier Bueno sufrió en la cárcel.

Aquella tarde de 1935 en el Ateneo de Madrid presentamos el libro delcompañeros Ignacio Carral “¿Por qué mataron a Luis de Sirval?”. Cuando nuestro libro sale, Carral ha muerto, repentinamente, el 1 de octubre del 35, en la redacción del diario La Palabra. Pero nosotros no morimos, no lo hacemos nunca. Somos el Comité Luis de Sirval y acusamos el asesinato de Luis de Sirval.

Ignacio Carral, en la portada de La Estampa, por haber protagonizado un reportaje de periodismo gonzo.
Ignacio Carral, en la portada de La Estampa, por haber protagonizado un reportaje de periodismo gonzo.