Con la manita derecha

Hoy ha venido Héctor a casa y hemos miriendado, aprovechando la gripe. Me ha contado que en la India está socialmente prohibido hacer cosas «buenas» con la mano izquierda. Has de comer y saludar siempre con la derecha ya que con la izquierda te limpias las cacas (no usan papel higiénico sino chorro de agua). Y digo yo, que qué mierda que haya vuelto a ganar la derecha. Lo peor fue la ilusión de que no, de que igual no. Estuve viendo con mi madre y mi padrino el programa de Telemadrid «Madrid decide». Dos cosas fueron de vergüenza: 1. NUNCA se detalló cuales eran esos «partidos minoritarios» que se mencionaban de soslayo. 2. El presentador delató, por sus sonrisitas y caras de palo (asegún), que era del PP. Regresé de Canillejas a Béjar dejando el escrutinio en un 24%. Volviendo en el coche escuchaba Radio Nacional según corría por «la Pista» y tenían tal jolgorio (¿estarían pedos?, apostaría algo a que sí) que no había manera de comprender mucho. Descargué las bolsas con tápers alimenticios, calefactores y un plástico para que la ropa tendida no se moje y todavía PSOE+IU sumaban mayoría absoluta. Cuando volví de guardar el coche en el garaje, de pronto, ya todo estaba perdido: Gallardón Perón se asomaba al balcón proclamando victoria para su amiguita la condesa (como la llama Nico). Por votar, voté a Fausto, por lo cual estaba más o menos feliz por el décimo escaño, sillita que se perdió en los últimos minutos de escrutinio. Yo no sé ni porqué me intereso en esto, la verdad. Lo mejor del día (políticamente hablando) fue ir al Colegio Santo Ángel (que está anexo a MI colegio, Nuestra Señora de las Nieves) y pasearme por las aulas. Me despertó una ternura infinita. Recordé cuando los niños del Santo Ángel nos tiraban intencionadamente los balones a nuestro patio para entrar a mirarnos (un colegio de monjas con niñas bien educadas vistiendo uniforme Príncipe de Gales no dejaba de ser algo… morboso). Me encontré a mucha gente del barrio. También a Marta, que trabaja en el Nasti, novia de Edu -ahora viven en Canarias- morena por el sol de las islas. Las jornadas electorales me recuerdan a mi padre, a mañanas soleadas en Canillejas, a las familias que se saludan, las tapas de calamares en los bares de la calle Alcalá y a la cordialidad de barrio. «La buena vecindad» que dirían en El Chavo. En la mesa que me correspondía votar estaban desenvolviendo ya los bocadillos. El presidente, afable, me pidió el DNI llamándome «señorita», cosa que me encanta. El interventor de IU también apellidaba Cabrera. Cuando escuchó mi nombre dijo «buen apellido». Miré mi sobre cerrado. Le miré a él de nuevo. Pensé, «debería contestarle -buen partido- pero eso no me lo creo ni yo, aunque le vote». Regresé a casa, en la calle Boltaña, para comer con mi familia. Caminé portando una felicidad muy rara, que nada tenía que ver con «la fiesta democracia» (como repitieron los populares durante toda la noche). Era más bien una nimia satisfacción totalitarista: la imposición del sosiego emocional, del recuerdo, de todo lo que hace 20 años me hac?a sentir feliz y segura. No quiero pasar por alto la influencia de la jornada electoral en otros entornos: La foto saski (¡muy grande!) El post «La democracia no hace gracia» de Carolina. Nacho en «Al estilo de Florida» se pregunta cómo es posible que todo el mundo se volviera tan apresuradamente predictivo durante la jornada electoral. ¿Se trataba de una coproducción holliwoodiense? Nico también fue a votar y se tropezó con nuestra vecina Matilde Fernández. Su conclusión: «Más Opus, más ley seca, más trinque legal y más liberalismo para los próximos años».