Con las bicilocas azules

Agosto en Madrid es el mejor momento del año para moverse en Bicimad. Al haber menos tráfico, hay menos peligro de que te atropellen. Como somos menos, hay más bicis. Ha empezado septiembre y el lunes 28 de agosto (que ya era septiembre), Madrid se había echado a perder, como se echa a perder todos los primeros de septiembre.

Esta semana ya no había bicis y, las que había, no funcionaban. Ahora son azules pero prefiero las blancas, las que yo llamaba bicilocas. Iban mucho más rápido y frenaban mejor. Estas nuevas tienen un velocímetro digital que te confirma que a duras penas paso de los 22 km/h, y eso que la velocidad máxima de los ciclocarriles es 30 km/h. Ojalá pudiera ir tan rápido.

Una bici de las blancas abandonada por Madrid, en marzo, cuando se hacía el cambio de un sistema a otro

El portaequipaje delantero también parece más seguro que el de las blancas, aunque nunca lo he usado. Lo que sí que es fabuloso es que, hasta diciembre, es gratis. Me pregunto si no podría ser gratis todo el año, si realmente nos costaría tanto.

Hay cosas entre 2016 y hoy que no cambian: el carril bici sobre la acera de la calle Serrano y en sentido contrario al tráfico rodado, que me viene ideal para volver a casa desde la redacción del periódico (y desde cualquier sitio céntrico), sigue siendo el lugar escogido para muchos caminantes indolentes y clientes de boutiques para pararse mirando el móvil, charlando con alguien, buscando un taxi o esperan a que el semáforo cambie a verde.

En cuanto enfilo el carril hacia el norte, pongo el pulgar de la mano izquierda sobre el piticlín y no hay día que no tenga que pegarle varios timbrazos a dos o tres merluzos. Lo normal es que se ofendan. No les gusta ceder, mucho menos retroceder. Suelen hacer como que no me oyen, pese a que estoy parada a tres centímetros haciendo ese ruido metálico cinco o seis veces y gritando «¡¡perdonen!!». Pero no me oyen. Hasta que uno me mira como quien mira la lavadora girar con ropa dentro: ahí pasan cosas pero no son del todo de tu incumbencia, no todavía.

La semana pasada una chica, que hablaba con dos mujeres frente a las que tuve que parar de sopetón, lo cual es mucho pedirle a las bicis azules, me pidió tantas veces perdón que me pareció que lo hacía por ella y por todos sus compañeros de los siete últimos años.

Hace unas semanas hablaba con otro motorista que los que vamos en moto y en bici por Madrid desarrollamos una especie de radar psicológico ultrasensorial con el objetivo de adivinar lo que piensan los conductores de coches y los peatones. Eres como el Jason Bourne de la calle Juan Bravo (estoy segura de que esta comparación ya la he escrito antes, es muy buena y me suena familiar), antes de llegar al paso de cebra ya te has dado cuenta del taxista que va a aparar súbitamente dentro de diez metros porque has visto, antes que él, una mano levantada que le quiere detener, del chaval que se ríe solo y que seguramente va a cruzar desde el bulevar sin levantar la vista del móvil, de la conductora con gesto triste e intenciones de girar a la izquierda pero mirando a la derecha, de un perro sin correa que camina por la acera y de los tres patinetes, dos Glovos y cuatro motos que te rodean.

Este agosto se me ha escurrido demasiado rápido del regazo. Me da pena. Eleonor va a comenzar el instituto en cuatro días. Su primer día de instituto, quiero decir. Todo va rápido, rápido, rápido, salvo las nuevas bicilocas azules.