Contagiados en Navidad

La curva de contagios desde el día 10 de diciembre dibuja una trepidante cuesta ascendente, sobre todo la que refleja los casos comunicados de Nochevieja en adelante. Es el temido efecto navideño que comienza a asomarse a las gráficas de la árida contabilidad de la incidencia del coronavirus.

Pero los números reflejan lo que muchos han visto en la intimidad de los salones: las restricciones eran suaves y las familias se han juntado en pequeños núcleos, sin alardes, pero con concesiones. Así le ocurrió a la familia de A. V., actualmente en cuarentena y cuidando a su marido mientras pasa la COVID–19, tras una cena de Nochebuena de la que salieron todos contagiados excepto ella y su madre.

Como marcaban las normas eran seis comensales: los padres, A., sus dos hermanas y su marido. Habían tomado precauciones: ventilaron la casa antes de la cena —pero no durante—, guardaron la distancia de seguridad entre las personas y llevaron mascarilla, que se quitaron, lógicamente, para comer. Estuvieron menos de cuatro horas juntos, en un piso de un barrio madrileño. Era la primera vez que se veían en muchísimo tiempo. Necesitaban un momento de reunión, de sentirse unidos. No sabían si debían juntarse pero estaban tocados anímicamente porque al principio de la pandemia había fallecido el abuelo, no a causa de la COVID sino debido a un infarto que el médico y la familia interpretaron como un efecto colateral del sedentarismo del confinamiento. Se permitieron ese momento, bajaron la guardia porque necesitaban sentirse juntos aunque fuera brevemente. “El resultado ha sido un regalo bastante desagradable”, dice A.

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Artículo publicado el 8 de enero de 2021 en elDiario.es.
Foto de Pedro Reyna. CC BY