Poco antes de que se declarara este escenario extremo en el que vivimos, la editorial La Felguera publicó un libro premonitorio: Algunas cosas oscuras y peligrosas. El libro de la máscara y los enmascarados. Me habría encantado leerlo en estos días, pero no me dio tiempo a comprarlo. A pesar de ello, pienso mucho en este ensayo del carismático Servando Rocha, quien dice sobre la máscara lo siguiente: “hemos sentido una y otra vez su presencia, en ocasiones amenazante pero siempre fascinante”. Tras la máscara se esconde la anarquía, el terror, la magia o la superheroicidad. Pues bien, yo, hoy, he salido a la calle más enmascarada que nunca.
Con una de las seis mascarillas que nos quedan. Con mi único par de guantes de nitrilo. Con el abrigo cerrado. Con el moño apretado. Con mi carro medio roto. Con mis bolsas de basura acumulada desde hace tres días. Con mi miedo. Con mi protocolo. Con mi curiosidad. Con mi móvil.
Mi móvil. Ese lugar que habitualmente ya alberga 30 veces más bacterias que la taza del váter, guarda también la lista de la compra. ¿Habéis probado a manejar un móvil con guantes de nitrilo? No es fácil. Al entrar en el supermercado, una vigilante me detuvo en la puerta para echarme gel hidroalcohólico en las manos. Le mostré mis guantes azul brillante para que viera que no hacía falta y me dijo “sí, sí, por encima”. Obedecí y me froté un guante contra otro, mientras el gel se escurría en goterones hacia el suelo. Fui en busca de unas verduras y en ese momento la megafonía recordó que era obligatorio el uso de guantes de plástico en la sección de frutería. Me miré mis extremidades y pensé que si me habían puesto alcohol sobre los guantes, debería también ponerme guantes de plástico sobre mis guantes de nitrilo. Y así lo hice. Y entonces… ¿habéis probado a manejar un móvil con guantes de plástico encima de guantes de nitrilo? La pantalla ni se desbloquea. Empecé a acariciar la idea de renunciar a mi lista y comprar a lo loco.