¿Cuántas semanas llevamos sin colegio? Ah, no, que son solo dos días. Pues ya estoy agotada. Mi hija Eleonor y yo nos hemos vuelto a levantar a las 7 de la mañana. Mi plan era el de ayer: desayunar rapidito y empezar el día con alegría pero, a la que me he descuidado, mientras me desembarazaba de mi propia pereza, me he encontrado a Eleonor con la Play encendida y enganchadísima al Horizon Chase Turbo. No eran ni las 8. Mientras le lanzaba los primeros reproches del día, me ha enseñado un menú en el que podía escoger diferentes circuitos de coches ubicados en su lugar correspondiente en el globo terráqueo. “Guau —me dice—, no sabía que Hawai era una isla en medio del océano”. Entonces me he callado y he pensado que con esto convalidábamos la lección de geografía del día.
Un colacao, cinco galletas, una punzada de culpabilidad porque hoy en el desayuno del cole habría tomado tostada con tomate, y una partida de Horizon Chase Turno más tarde, le metí prisa para pasar por el baño antes de las 9 (hora a la que comienza mi jornada laboral) y abordar la importante epidemia de la que hablábamos ayer: los piojos. En el grupo de WhatsApp de la clase se han mandado amenazas serias si no se aprovecha la cuarentena para acabar con la plaga de una vez. Estaba segura de que no tendría, que se estaba rascando por un champú mal lavado. Mentira. Nueve. Nueve piojos me sonrieron desde la lendrera hoy por la mañana.
En cuanto encendí el ordenador y me senté en mi silla, me llegó el primer “¡¡mamá!!” desde el otro lado de la casa. Me levanto. Es que no había arrancado ni el sistema operativo. Resulta que (ella) no entendía nada de los deberes que le habían puesto (yo, tampoco) y a las 9:37 ya nos estábamos gritando la una a la otra. Mucho.