Es imposible que haya habido en el mundo una puerta más vigilada que esta, ese portón grande, gris y metálico del que tengo una buena perspectiva desde las tres ventanas exteriores de mi casa. Como he dicho en varias ocasiones en este diario, se trata de la puerta de atrás de un hospital privado y es, por tanto, su reverso. Mientras el frontal presenta una entrada clara, de mármoles silenciosos en tonos grises y blancos, cristales y reflejos metálicos, la trasera se ha quedado tirada en alguna década del siglo XX: ladrillo, chirridos de hierro y una vieja señal que advierte de que no se puede aparcar porque eso es un paso de carruajes.
La entrada delantera, la que no puedo ver desde mi casa pero todavía recuerdo, engulle hacia su interior a pacientes y también a médicos. Por la trasera, sale de las tripa de este hospital personal sanitario, envuelto en batas verdes, azules y blancas, gorros y mascarillas y, a los pocos minutos, entra de nuevo, como si tan solo hubiera sido regurgitado por la bestia durante unos instantes. A veces, es el tiempo de un pitillo. Otras, lo que tardan en sacar los veinte cubos de basura. Es decir, por la parte delantera del hospital entra el doctor Jekyll y, por la trasera se asoma, brevemente y entre las sombras, el señor Hyde.
La puerta que, de tanto observarla, podríamos decir ya que es mía, mi puerta, más que una puerta es una membrana. Nadie sale o entra definitivamente por ella sino que más bien se expande para que los de dentro saquen del interior lo que no pueden tener allí; y, a su vez, el mundo exterior introduce por esa membrana todo lo que el hospital necesita para seguir funcionando: cajas con material sanitario, aparatos, suministros. Llega una furgoneta (un carruaje) se detiene en la puerta, una persona carga una carretilla, toca un timbre, la puerta de hierro se abre lentamente, la oscuridad se lo traga y, unos minutos después, reaparece la carretilla vacía y la persona…, no sabría decir si la persona es diferente, o hay algo diferente en ella, de cuando entró. Imagino el hospital como un reino, tal y como lo describió Lars Von Trier en su serie de 1994. Un reino con sus jerarquías, sus secretos y sus enfermedades, no me refiero a las de sus pacientes, sino a las enfermedades del propio hospital.