Diario del coronavirus (63): No me beses, por favor

Aunque se me pasó por la cabeza (un par de veces, tres a lo sumo) no tenía ninguna intención de bajar a la terraza del bar el primer día de la fase 1. En casa habíamos llegado ya al consenso de que arrojarse con los brazos abiertos a la socialización hostelera en el primer día permitido era temerario, a parte de poco elegante: podríamos parecer desesperados.

De manera que estaba manteniendo el tipo bastante bien durante la hora del desayuno, la del vermú y la del café, hasta que vinieron dos niños a casa a llamarnos a gritos por el balcón  la hora de las cervezas. Aunque parece cosa de pueblo, que sepáis que estas maravillas siguen pasando en algunos barrios en Madrid. Me asomé. Les dije que Eleonor no estaba en casa. “Que dice nuestra madre que bajes a la terraza del bar”, me gritaron, igualmente. Quién le dice que no a un niño. 

Me calcé las sandalias, cogí la mascarilla, las llaves, el móvil, un billete y bajé a la calle, acompañando de vuelta a los amigos de mi hija hasta la mesa en la que se había hecho fuerte su madre. A. me esperaba con una Estrella en la mano, dispuesta a brindar. El bar está situado en una plaza peatonal, en realidad un sitio de paso entre una calle y un pasaje. A pesar de que estaba concurrido, aún había algún sitio libre. Los dueños habían colocado menos mesas de lo habitual y se habían expandido hacia la calle. Ya he contado por aquí que lo llamamos la terraza sindical por su proximidad a la sede de la UGT. Es el centro de vida y reunión de estas calles. Si vas sola, es muy probable que encuentres a algún vecino conocido con el que tomarte algo y, si no, siempre estás a gusto allí dejando pasar la vida un rato. Los niños y las niñas juegan alrededor, se persiguen o corretean con patinetes entre las mesas. El lugar tiene sus típicos parroquianos, fieles y carismáticos, como todo bar de barrio. El verano pasado, su dueño durante años, un gallego de Baiona que hacía las mejores tortillas estilo Betanzos de Madrid, se jubiló y aún no nos hemos acostumbrado al cambio. Esta tarde, él y su esposa ocupaban la mesa junto a la que se había instalado A. Les pregunté si es que echaban de menos esto y el paisano no me acabó de decir si sí o si no, o no me acabé de enterar, pero me pareció que su presencia en el día de la inauguración lo decía todo. Pese al confinamiento y los achaques, José Luis tenía un gesto de relax maravilloso, del hombre trabajado que se sienta, como cliente, en la terraza del bar que fue suyo, a que le sirvan.

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