Diario del coronavirus (9): Esta noche, vemos ‘Pandemic’

Una amiga me ha dejado una clave de Netflix (te queremos mucho, I.) y casi nos da algo al abrirlo por primera vez y ver que el contenido más popular en la plataforma es una docuserie titulada Pandemic. “¡Cómo es la gente!”, ha gritado entre risas mi hija de ocho años, “¡para qué quieren ver en Netflix lo que tienen en la calle!”. Ya, ya, cómo es la gente, le he contestado, mientras la risa se evaporaba y yo aprovechaba la distracción para añadirlo a favoritos y desear que esta noche no se acueste muy tarde, a ver si me la pongo.

Eleonor está muy contenta con Netflix y ha empezado a ver con su padre un anime de voleibol. Yo he visto dos capítulos de El Vecino y da gracias, porque la verdad es que me sigue sin sobrar el tiempo: necesito traducir 20 páginas diarias de un libro y siempre intento terminar antes de los aplausos, pero no siempre lo consigo. La veo navegar alegremente por los menús de series y películas y yo la miro de lejos, como una diabética que apoya la frente en el cristal de una pastelería. Los aplausos de las ocho en el balcón siguen siendo emocionantes, no me canso. La vida empieza a organizarse alrededor de ellos: el baño, antes; la cena, después. Ayer salimos dos veces, puesto que participamos también en la cacerolada contra el Rey durante su discurso televisado a las nueve de la noche. Y luego un poco más, porque nuestras vecinas del bloque de al lado nos hicieron cantar a todos el cumpleaños feliz a su amiga Sandra, que estaba sola en casa.

Lo mejor de este jueves (octavo día de confinamiento) ha sido que ha salido el sol y hemos recuperado el balcón. Eleonor se ha instalado en él para hacer los deberes, vestida con su capa de Harry Potter y, junto al estuche, la varita de Ginny, por si tiene que lanzar algún hechizo por si ve algún paseante sin compra ni perro. Lo más reseñable que ha ocurrido ha sido que se le ha caído el lápiz a la calle. Lloró porque quería bajar a por él. Le dije que bajar a por un lápiz caído no era causa de primera necesidad, mientras tuviera otros. Y que si se encontraba con un policía, ¿qué le diría? (Me paro un momento y me parece delirante que esté teniendo esta conversación). Una hora después, regresó del supermercado el vecino del primero y nos habló desde abajo. “¡Se os ha caído un lápiz!”. “Pues sí”, le asentimos desde el balcón. “Os lo dejo en la escalera”. Al final son otros vecinos los que nos acaban haciendo recados a nosotros. Y esa ha sido nuestra gran aventura del día.