Don’t fall

Está amaneciendo.

Esta ciudad ofrece momentos emocionantes seguidos, e incluso combinados, con actuaciones penosas. He zumbado por las arterias de Madrid desde el mismo centro hasta el exterior. Asomada a la ventana de mi casco, el cielo comenzaba a cambiar de negro a azul oscuro con la Puerta de Alcalá de fondo, el Retiro a mi derecha, Gavanna y su cola de taxis a mi izquierda. Ahí supe que al llegar a casa tendría que escribir sobre ello, en lugar de acostarme, por muy cursi que me quedara.

Venía del DH, donde la ciudad demuestra su paletismo y sus ganas de ser diferente con igual vigor. Aunque sea capaz de volver a casa y escribir sobre ello, como si no fuera conmigo, soy parte de ello, paleta y diferente yo también, soy parte de ello.

A las cinco de la mañana la pista se estaba quedando desierta, San Isidro no le ha sentado bien al DH, por mucho que lo intentaran sus fieles. Nadie parecía creerse que estar allí significaba algo y, cuando llega ese descrédito, la parte que tiene de farsa se convierte en protagonista. Contemplar la pista, encorchetada entre sus columnas y orquestada torpemente desde la cabina del dj me despertaba, no se me ocurre otro término menos altivo, ternura. Un chico grueso y con gafas bailaba apoyando la espalda en un saliente, moviendo la barriga y los codos muerto de la risa. Una chica plastificada de ojo y negro repetía mecánicamente el mismo paso de baile: el pie derecho a la derecha, el pie izquierdo junto al pie de derecho, el pie izquierdo a la izquierda, el pie derecho junto al pie izquierdo. Y así, durante varias canciones seguía el ritmo mecánicamente, yo creo que por culpa de las estrecheces del latex. Una mujer impresionante, rotunda, de talla L, alzada por las plataformas, morena y firme, se abre paso entre la gente y viene hacia mí. He de echarme un lado. Arrastra algo. Alguien. Es un chico que se lleva para casa. El chico es pequeño, más joven, más delgado, más de otro mundo. Ella sale del DH con su pieza de la mano, orgullosa de su pesca. Un chico con coleta y camisa negra de flecos mira hacia las gradas sin rumbo fijo, sus lentillas blancas reducen su mirada a un breve punto negro difícil de localizar. Ese chico guapo que es amigo de Morgis viste hoy como un Bad Seed. Baila moviendo su cigarrillo, envolviéndose en el humo de abajo a arriba, es tan delgado que ocupa una sola baldosa por mucho que se mueva. A su alrededor sólo hay aire. La luz del DH se vuelve aburrida y cansada. El agujero no es tan oscuro sino que empieza a ser luminoso y evidencia la grave carencia de público, ese aire de fiesta de instituto fracasada.

Aquí lo dejo por hoy. Más tarde, en otro post, con otro título, hablaré de la última noche del Radar.