El duelo aplazado: consecuencias de vivir sin el último adiós arrebatado por la COVID

El coronavirus ha atravesado las muertes de todos, incluso de los que no han muerto por COVID. Las condiciones han ido variando a lo largo de la pandemia pero han sido muchos meses de restricciones en los que los rituales funerarios se han visto alterados y restringidos y en los que en muchos casos, en especial los de los enfermos de la COVID-19, no ha habido despedidas, tan solo vacío. Durante el pico de la pandemia, no más de tres personas podían asistir a la inhumación o cremación. En la primera fase de la desescalada, el grupo se aumentó a diez; en la fase 2, ya en verano, hasta quince personas y en la tercera, hasta 25, pero manteniendo una distancia de metro y medio entre ellos. “Esos momentos han provocado un impacto emocional tremendo en las personas dolientes”, asegura el psicólogo especializado en duelo Vicente Prieto.

“Además del dolor por la desaparición de un ser querido al que no le tocaba [morir], el dolor se ha incrementado porque se ha roto el proceso funerario del último adiós, el funeral y el enterramiento”, explica. Por la consulta de Vicente Prieto están pasando muchas personas “en situaciones bastante extremas” que, al no poder normalizar el duelo, les ha sobrevenido “un duelo patológico”, un estado limitante en el que precisan ayuda psicológica: “son las personas que no retoman el trabajo ni la rutina normalizada, que no entienden el proceso que están llevando, que se aíslan y en las que se pueden desencadenar trastornos ansioso-depresivos e incluso, en alguno de ellos, estrés postraumático, ya que sufren también el miedo al contagio y el miedo a contagiar”. En la foto fija de los días 8 y 10 de abril de 2020 que sacó la Facultad de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid con una encuesta a más de dos mil personas, encontraron un 22% de casos con un nivel elevado de síntomas por depresión, bastantes más mujeres que hombres, bastantes más jóvenes (18-34) que cualquier otro grupo de edad.

Lo que Prieto recomendaba a sus pacientes fueron tres cosas. La primera suponía aceptar la realidad ante la pandemia, aunque sea invisible; no prolongar la situación de injusticia ni preguntarnos “¿por qué nos ha pasado a nosotros?”. La segunda fue la de usar las videoconferencias para conectar a la familia y “llorar juntos”: “aunque no hay ninguna tecnología que sustituya un abrazo, hay que adaptarse a lo que tenemos”. La tercera estrategia consistía en, cuando se les permitiera, realizar “un homenaje como se merece el ser querido, ya sea religioso o cualquier ritual laico con el mismo fin y recordar que ahora ya no está entre nosotros pero está con nosotros”. El llamado “último adiós” es un momento de despedida junto al cuerpo de la persona ya fallecida, precisamente el que más ha faltado durante las muertes en pandemia, pero Prieto no le da tanta importancia y recomienda que es mejor recordar “los cientos y cientos de horas que sí hemos podido vivir y compartir con esa persona”.

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