Sabemos de la sociedad española que, aunque es acogedora, adopta una opinión pública volátil según los picos informativos. Esta encuesta realizada para la Fundación porCausa por Metroscopia en el año 2016 nos ha indicado que los españoles están bien predispuestos a aceptar la inmigración y a facilitar vías legales para la movilidad de las personas, independientemente de su posición ideológica.
Vivimos en un contexto en el que se levantan muros y vallas con mucha más intensidad que en cualquier otro momento. Nos hemos dado cuenta de que todos los muros en realidad es uno solo: una política global de cierre de fronteras, de la construcción de la Europa Fortaleza, del discurso del odio contra el inmigrante. Son reaccioens políticas y sociales que vemos en los medios de comunicación con mucha más intensidad de la que percibimos en la calle. Las comunidades suelen ser más generosas con el otro que sus mandatarios.
Hemos detectado que las políticas de control de la migración generan en España no lugares. Un no lugar es un lugar rodeado por una frontera visible o invisible, a veces líquida o en movimiento, que ejerce un poderoso control sobre los que están dentro de ese no lugar y a los que se les niegan sus derechos. Un CIE es un no lugar. La sala de deportación del Aeropuerto de Barajas es un no lugar. Una redada policial en un barrio céntrico con mucha inmigración e identificaciones por color de piel convierte a esa calle en un no lugar. Un campo de refugiados es un no lugar. Hablar de los expaciones de exclusión generados por las políticas migratorias abusivas desde la perspectiva de los no lugares nos abre nuevas nerrativas, llama la atención sobre un asunto que si solo se sustenta en datos, se vuele invisible poco a poco.
Aunque el contexto que más me atañe es el de los medios de comunicación, no hay que olvidar que la información y la educación pueden suceder en cualquier momento y en cualquier lugar, por lo que reflexionar sobre otras narrativas y materiales pedagógicos es importante. Al respecto de la migración, los medios de comunicación están polarizados, tienden a la espectacularización y durante un tiempo trabajaron anestesiados bajo el llamado ‘efecto Aylan’ [según hemos sabido posteriormente, el nombre correcto del niño era Alan]. Parece que en 2018 la narrativa del refugiado sirio o afgano que sufre, muere o sobrevive con ayuda humanitaria se ha venido sustituyendo por el migrante de origen africano que con valentía se lanza al mar o traspasa las vallas de Ceuta y Melilla.
Es necesario un buen código deontológico para mejorar el tratamiento de la migración en los medios, como la Carta Di Roma en Italia. En ese acuerdo de consenso se aconseja un uso adecuado y ajustado a derecho de los términos (por ejemplo, no llamar inmigrante clandestino a un solicitante de asilo); cuidar y salvaguardar la imagen y la identidad de aquellos migrantes objeto de la información, como personas vulnerables que son; no hacer uso innecesario de la nacionalidad de la persona objeto de la información o explicar correctamente y con profundidad el contexto en el que suceden las noticias sobre la migración son algunas de las recomendaciones.
Incorporar la perspectiva de derechos humanos al periodismo enlaza con estas guías éticas. Si se considera la migración como derecho a la movilidad, sería clave erradicar la semántica de la migración como un problema, una emergencia, una ola o una excepcionalidad.
Foto: Rose Morelli (2016). Creative Commons BY-SA