En la anterior entrega de la telenovela The Last Dance sólo hablaba de Vincent Moon pero ahí no quedó el día. En el dramatis personae de ayer también aparecía mencionado Isaac, que fue protagonista importante de la jornada. Pero no hablé de Ángela Precht, con quien estuve bastante rato y a quien me hizo ilusión loca volver a ver. Chicos de Cultura, ¡esta chica nos echa de menos! Y yo también a ella, la verdad. En unos días, además, abandona este hemisferio para volver a Chile durante medio año y trabajar en el In-Edit de allí.
Le tendría que haber dicho a Ángela algo que quise decir ayer pero no hubo oportunidad, que Vincent Moon es como un personaje de Los detectives salvajes, viajando sin dinero por el mundo, invitado aquí y allá, viviendo. A Ángela también me la imagino como personaje bolañero, tan loca y tan lista, huevón.
(Justo mientras escribo estas líneas me llegan emails de ella con fotos de ayer). (No os perdáis su post en el que cuenta qué le contestó Vincent Moon cuando le preguntó porqué no sigue a nadie en Twitter).
Por la tarde tomamos un taxi que nos llevara a Gracia. En la plaza de Joanic la encantadora Beatriz Naranjo, con quien compartimos la comida, ha abierto una escuela llamada La casa del cine. Isaac, Vincent, ella y yo subimos para visitarla y que estos dos últimos pudieran hablar sobre los detalles del curso que dirigirá allí durante una semana en el próximo mes de mayo. Vincent Moon grabará un Take Away Show ayudado de los alumnos. Una semana después tendrá lugar el Primavera Sound, donde también piensa filmar un documento.
Con Ángela, Isaac y el mejor barman de hotel de toda la ciudad (¿seguro que no es un actor de una película de Jim Jarmusch?) nos tomamos un vino (otro) al terminar la charla. Bueno, ni que las charlas se terminaran, se transforman en otras, que fue lo que hicimos nosotros allí en aquella barra de hotel.
Y, celebrando con (y otro más) vino la despedida hacia tierras de mapuches de Ángela y Gerard, estuvimos en el bar El Taxidermista, al que poco tiempo después llegó Raúl de Comando Suzie y allí que siguió transformándose la conversación, imparable y aún con más fuerza, como si el día no se estuviera acabando. De golpe todo el mundo había desaparecido, así que las palabras, el comandante y yo nos fuimos al Rouge (¿quizás ya no se llama Barcelona Rouge?) que tanto me gustaba cuando vivía allí. Hacía tiempo que no volvía. De pronto, apareció delante de nosotros. Y con una copa de (esta ya fue la última) vino blanco en las manos no paré de hacer preguntas, lo cual parece cada vez con más evidencia que es el oficio, la ocupación, de mi vida.