La experiencia de escribir el Diario del coronavirus fue agotadora mentalmente (tampoco como ponerse un EPI e ir a trabajar todos los días, no exageraremos) pero fue una experiencia apasionante que me devolvió mi confianza no tanto como periodista sino como persona que escribe, persona que escribe todos los días y a todas horas, quiero decir; una confianza que pierdo, tanto en la periodista como en la escritora, todas las noches.
A la vez que entiendo que no hay nada en el mundo que me produzca mayor placer, que me ubique más en ese mundo, que reconozca que sea la única actividad en la que me entreno para hacerla lo mejor posible, a la vez, decía, admito que me resulta poco natural, difícil, poco fluido e incómodo hacerlo. Leí hace poco que a Julio Camba también le daba pereza escribir. Camba prefería hacer cualquier otra cosa antes, como sentarse en un café y petardear un rato. Pero luego, cuando no le quedaba más remedio porque con algo tenía que pagar los cafés o los licorcafés o directamente los licores, se ponía. A mí me pasa un poco igual. Pero luego te coges el artículo de Julio Camba y dices caray: se puede pasar cinco días vagueando si luego escribe esta maravilla. Ahí ya, claro, dejamos de parecernos, porque Julio Camba consiguió nivel dios en escribir y que pareciera natural.
Al terminar el Diario, con 82 entradas escritas durante el estado de alarma, necesitaba parar de vivir para escribir. Alucino al decir esto, pues una niña criada con los diarios de Anaïs Nin es esa la única cosa que ha querido en su vida entera. Pero así fue. Los que me lean desde hace años saben que yo antes practicaba una escritura exhibicionista. Mi grado de exposición (además en un tiempo en el que había menos personas volcando su vida en internet) me hizo vulnerable. Aquellos tiempos me rompieron. Malfuncioné durante años. Volver a escribir sobre mí, como he estado haciendo en el Diario, me trajo aquellos aromas, por lo que a todos los miedos cotidianos (miedo a la muerte, miedo al virus, miedo a no llegar a fin de mes, miedo a desperdiciar mi vida, miedo a hacer el ridículo) tuve que sumarle el miedo a contar demasiado. Alguien que me estaba leyendo me mandó un email en el que me dijo que le asombraba que pudiera ser tan sincera sobre mí misma, que abriera una ventana tan grande a mi vida y a la de mi familia. No le respondí pero me hubiera gustado decirle (lo hago aquí) que si ese Diario lo hubiera escrito quince años atrás, sí que se hubiera asombrado de verdad. Todo lo que no cuento es más voluminoso que lo que cuento.
De todas formas, necesitaba parar. Escribir para eldiario.es no es mi único trabajo. De hecho, mal que me pese, ni siquiera es ya mi empleo principal. Actualmente hago un trabajo editorial (que básicamente consiste en traducir y corregir juegos) para Gen X Games. No podía seguir echándome tantas horas encima con Eleonor en casa, enlazando el confinamiento con las vacaciones. Les dije que iba a parar un poco, aún así acepté una entrevista y, después de ella, eché el freno de mano.
Estaba tumbada en el sofá cuando Gumersindo Lafuente me envió un mensaje por Telegram. no era más que un hola qué haces, o algo similar. Cuando un jefe te manda un hola qué tal no quiere saber qué hay de tu vida sino saber si estás disponible para recibir un encargo. Así que, antes de que lanzara la caña, le dije que mejor no, que estaba hasta arriba con el curro de la editorial. «Y yo que te iba a tentar», me contestó. No es que yo fuera Eva en el paraíso, pero sí que me imaginé a Sindo como una serpiente tendiéndome una deliciosa manzana. Una Elena vestida de diablesa sexy apareció sobre mi hombro izquierdo y me susurró al oído: «pero tú cómo le dices que no a nada a Gumersindo Lafuente, insensata». En realidad dijo una palabra antes de su nombre, porque mi diablesa habla como yo no lo hago, pero la omito aquí por decoro.
Mientras miro la pantalla del móvil, que sostengo con las dos manos sobre mi barriga, me dice que él venía aquí a proponerme una serie de verano, un spin-off del Diario del coronavirus pero diferente. Tardé en llamarle los segundos que me llevó pasar de una aplicación al listado del contactos. En palabras de mi diablesa, estaba perdiendo las bragas.
Si hacer un diario personal en un periódico ya era bastante top, escribir una serie de verano es la hostia, y no hay otra manera de decirlo. He soñado con ello toda mi vida de periodista. Cuando leía esos artículos con los que uno se relaja cuando estás de vacaciones, que hablan de nada y de todo, que oxigenan el periódico insertos entre cosas importantísimas, que se permiten jugar con lo que en invierno sería intolerable… yo siempre pensé que yo podía hacer eso. Y a la vez que sabía que podía y quería, estaba convencida de que nunca lo haría, porque esos son encargos que se hacen a las escritoras y no a las periodistas o, si acaso, a las periodistas que se venden a sí mismas como escritoras. Y lo más importante de lo que he dicho: son encargos, tienen que llegar de fuera, si yo lo hubiera ofrecido, no habría hecho más que el más grande de los ridículos.
Aunque llegué a imaginar cómo sería mi verano (y el resto de mi vida) si hubiera dicho que no, obviamente dije sí a la proposición. Una cosa que no dije pero sí pensé es que no me lo merecía (síndrome de la impostora a cantidubi) y que yo no me lo hubiese ofrecido a mí misma. Como tan tonta no soy, me callé todo esto, lo metí en el cajón de pensamientos chungos con los que jugar en las noches de insomnio y me puse a pensar cómo sería esa serie. Solo tenía ideas difíciles de definir pero un par de días me invitaron a una piscina y el arranque de la serie se escribió solo, todo lo que sucedía a mi alrededor tenía forma de líneas de texto, la realidad se contaba a sí misma y solo tenía que pegar esas palabras sobre la hoja.
Me obsesionaba mucho que no se pareciera demasiado al Diario. Un buen truco sería darle un empaquetado (que a la vez es una puerta de entrada) totalmente diferente. Lo más lógico (aunque sea un tópico de las series de verano) es acompañar cada texto de una ilustración. Tenía un estilo en mente y fue Elisa McCausland quien me recomendó, para lo que yo buscaba, a la autora de Gummy Girl, Isa Ibaibarriaga. No podría Elisa haber atinado mejor. Con Isa, siento que me voy de vacaciones con la compañía ideal. Los personajes de sus dibujos tienen algo enfermo, tienen un punto de sufrimiento y a la vez de diversión con el que me identifico. Por no hablar de que dibuja chicas con flequillo que se visten genial, no puedo pedir más. Isa propuso hacer todas las ilustraciones en bitono, inundándolo de fucsia y negro, lo cual es genial. Ese es el color de mi verano de 2020.
Ahora que eldiario.es ha sido rediseñado (también su nombre, le ha crecido la D por lo que hay que acostumbrarse a escribir elDiario.es) tiene la serie su propio blog, que es este: El verano del coronavirus. Publicamos los martes, jueves y domingos, pero puede leerse desde la noche del día anterior.
Series de otros que también puedes leer este verano
· Rompedoras, de Fernando Navarro en El País. Una reivindicación de mujeres aún vivas pioneras en la música.
· Dietario, de Elena de Sus en Ctxt. Madrid en agosto.
· Puertas de entrada, de Ignacio Echevarría en Ctxt. Un libro para adentrarse en un escritor.
· El año en el que, de Paula Corroto en El Confidencial. Una creación cultural que le lleva a recordar aquel año.