La Cultura de la Transición (la llamaremos CT por abreviar y por hacer el concepto más simpático) fue definida como un tapón. Imaginen una bañera que no desagua y en la que nos seguimos duchando día a día. Imaginen cómo está ese agua. Imaginen que llega Desatranques Jaén. Imaginen que Desatranques Jaén no es una empresa sino una idea: la idea de disolver el tapón que supone la CT pero desde dentro de la CT (buceando en sus aguas turbias) y haciendo un meme de ello. Imaginen, por tanto, que nada cambia, aunque todo sea más divertido. Imaginen, finalmente, que no nos acaba haciendo tanta gracia.

Guillem Martínez, la persona que acuñó el término CT y explicó sus mecanismos en un libro colectivo del año 2012 titulado ‘CT o la Cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española’, tenía la esperanza de que la CT muriera de risa. No ha sido así, aunque agonizando sí está. “Lo sabemos porque el Estado ya no confía en la cultura, es decir, el complejo armamentístico de medios y autores para crear cohesión social confía más en el código penal”, explica hoy este periodista.
Ese tapón cultural que fue la Cultura de la Transición es un paradigma que durante cuatro décadas ha sido hegemónico en España y ha pringado de sus propios intereses políticos cualquier cosa que podamos llamar cultura del 75 en adelante: novelas, artículos periodísticos, gestión de los derechos de autor, películas, lo que sea. Lo interesante de evaluar estos años a la luz de la definición de CT (o de la certeza de que existe), es que mecanismos que antes nos parecían invisibles, ahora se revelan y sirven para explicar porqué hemos nadado en un caldo cultural sin conflicto, de consenso, de lecturas coincidentes cuyo objetivo siempre es no desestabilizar.
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Foto: Luis García Montero, Gaspar Llamazares y Almudena Grandes nel alcuentru d’@iuasturias col mundu de la cultura. Foto: Xabeldiz. CC BY