Le robo la cita a Tino Casal para titular este texto porque, me digo en voz baja, ojalá lo hubiera dicho yo así de bien. El otro día me puse mis zapatos de tacón de aguja de piel falsa de animal salvaje, estrené un bolso macabro y pasé el día así, en la oficina. Al terminar la jornada bajé a la calle y esperé en la esquina. Al poco, un motorista se detuvo a mi lado, giró la llave y me ofreció el asiento trasero.
Apoyé los pies en los estribos, me agarré fuerte y me dejé llevar. Cogimos la Gran Vía en Cibeles y seguimos recto, esquivando los coches, hasta plaza de España y aún más allá, bajando toda la calle Princesa hasta Moncloa. Al llegar, al fin, a Ciudad Universitaria, vi a los estudiantes de la Complutense fluir hacia fuera de los caminos del campus, regueros de hormigas expandiéndose hacia el centro, subiendo a autobuses y bajando a bocas de metro. Les miré, despreocupada de la conducción y reconocí mi pasado en ellos. Me tranquiliza que haya escenarios que no cambian.
Al finalizar las clases, me gustaba ir al Museo de Arte Contemporáneo y no pocas veces quedé en su cafetería con otras personas (amigos, novios, otros estudiantes). En aquel entonces, volver al Museo me recordaba la primera vez que lo visité, con el colegio. Se había agarrado a mi memoria el Equipo Crónica, el arte abstracto, Juan Gris. Ese sitio de aspecto industrial me fascinaba. Asocié para siempre que el arte contemporáneo se expone en edificios horizontales (fríos y con abundancia de cemento y aluminio) y el arte clásico en vertical, en palacios de techos altos y elegancia neoclásica.
Hace mucho tiempo que ese edificio ya no es Museo de Arte, sino del Traje. Es uno de los espacios expositivos menos conocidos y frecuentados de Madrid, o esa es la impresión que tengo. En estos días alberga «Arte por exceso», una exposición dedicada a Tino Casal a través de su vestuario.
Tampoco Tino Casal es un artista conocido y frecuentado, por lo que he podido obtener de una encuesta informal realiza entre mis allegados menores de 30. En cambio, en los 80 fue muy popular y en los 90 muy ridiculizado por el público general. Pero el público general se equivoca, Tino Casal no podía ser ni popular ni ridículo.
Para mí siempre fue alguien fascinante a quien adorar, y sentí mucho su muerte en el año 91.
El folleto que acompaña la exposición contiene un texto que supongo estará escrito por los comisarios, Juan Rodríguez y Rodrigo de la Fuente. En él, dicen de Casal que fue «un dandy posmoderno, cruce de Bowie y Sandokán, capaz de hacer de una manta zamorana un accesorio con puntazo o de vestir guantes de encaje con sombrero vaquero».
Fue cantante, compositor, diseñador gráfico y también de moda, de su propia moda y la de su grupo. Diseñaba sus chaquetas, customizaba las de otros y creaba sus looks superponiendo piezas y combinando con fantasía. Esa deshinibición unida a la teatralidad y aplicada a la música es lo que me ha gustado tanto de él.
Sigo con el catálogo: «en ocasiones le insultaban por las calles de Madrid, le escupieron en aquel concierto punk de Londres en el que llevaba la chupa roja que luego vestiría Imanol Arias en Laberinto de pasiones. Pero si al salir de su casa la gente no se daba la vuelta para mirarle, volvía para poner solución a esa indiferencia».
Como a Casal, me produce tedio lo cotidiano y, a veces, siento el deseo de volver a casa para poner solución a la indiferencia, no tanto de ellos hacia mí sino de mí hacia ellos. Me entristece la sociedad gris y conservadora en la que nos estamos conviertiendo, en la calle y en el arte. Pero cuando veo destellos de exceso, me emociono.
El resto de fotos de la exposición, aquí.
La exposición, en el Museo del Traje de Madrid, ha sido prorrogada un mes, por loq ue puede visitarse hasta el 19 de marzo de 2017. Es gratuita. Más info.