La Obra

La oficina del FIB está desmantelada, huele a serrín y pintura, no hay nadie trabajando y Madrid vive la tranquilidad del puente de San Isidro. La combinación de la primavera con este momento de destrucción y reconstrucción me dan ganas de iniciar cosas nuevas. Últimamente he viajado bastante. De hecho, incluso este puente de San Isidro tenía planeado no pasarlo aquí pero hay cosas que me han retenido. El cansancio ha sido una de ellas. Lisboa. No sé si he encontrado la Lisboa que esperaba encontrar -que lo esperara en un futuro latente, no supe que viaja a Portugal hasta que me desperté de la somnolencia del viaje y comenzó a extrañarme demasiado leer las indicaciones de la autopista en algo que se parecía al Como regalo de cumpleaños y cumplimiento de una promesa, Juanjo me invitó a viajar a Cáceres durante el puente del primero de mayo. Una vez traspasada la frontera, puse en evidencia mis lagunas geográficas cuando creía que podíamos entrar a comer en Portugal para regresar a Cáceres por la tarde.Descubro, una vez más, durante un viaje, que odio hacer turismo. Durante el tiempo que no me siento rara, me siento estúpida y siempre pienso cómo sería mi vida si yo viviera allí, sería capaz de ser feliz en esa ciudad. Si viviese en Lisboa iría muy a menudo al Pabellón Chino (Pavilhão Chinês), en el Barrio Alto, el bar más bonito que he visto en mi vida. Un reino de fantasía de un adulto que devanea entre lo que fue, lo que le hubiese gustado ser y no pudo y lo que, con su dinero, puede recomponer hoy. Un local enorme lleno de habitaciones decoradas con un lujo trasnochado y dedicadas a la evocación, gracias a los cientos de muñecos, a los ejércitos de soldaditos, las postales, los recuerdos. Algo se ve en las fotos. Su dueño es Luís Pinto Coelho, quien también abrió y decoró otros bares en la ciudad en los setenta, como el Procópio o Paródia, ahora parece ser que está preparando otro. Además de este local, si me pides que recorte y guarde mi mejor momento de Lisboa, el lugar en el que más a gusto me haya sentido, me acuerdo de la Alfama, del momento en el que Juanjo y yo nos perdimos del grupo y bucamos las calles más empinadas que nos condujeran correctamente y, al doblar una equina, encontramos, una vez más, un grupo de críos pateando un balón, uno de ellos, según reflejaba su camiseta blanca, quería ser Fifo. Pero también me gustó el Chiado. Es uno de esos barrios en los que sientes en un momento u otro uno de esos déjà vu que te hacen pensar que has estado allí antes. Pero en realidad son señales de lo que decía al comienzo, en realidad es una de esas voces que te invitan a cambiar de vida, que te aseguran que allí también podrías ser feliz, un balcón o un portal que alza la voz y te dice «eh, Elena, ¿verdad que me parezco a la calle Tesoro?, ¿verdad que estas macetas ya las has visto en la Plaza del Sol?» Fue una suerte entrar en Lisboa y detectar, a los cinco minutos y desde el coche, un cartel dibujado por João Fazenda y una indicación leída al vuelo que parecía hablar de un salon del cómic. Pegué un bote en el asiento y me puse muy contenta (bueno, aún más contenta). Juanjo no sabía nada. Ya me imaginé yo conociendo a Pedro Brito, a Fazenda y al resto de mis pequeños héroes cartunistas portugueses.Pero se trataba realmente del BDFórum, la primera de las actividades que, a lo largo del mes de mayo, se desarrollan en Lisboa al rededor de la Banda Deseñada (como tanto en Portugal como en Galicia se le llama a los tebeos) y siendo en realidad la parte más comercial, se trataba de un lugar con stands, organizado por las editoriales Devir y Vitamina BD, eso sí, con firmas de autores y la estelar presencia de Neil Gaiman al cual me acerqué, a lo paleta, para ver qué cara tenía. Paseando por el Chiado llamó mi hermano: mi tío Milocho murió.