La reforma de la biblioteca Francisco Ibáñez ex Nicolás Salmerón

Después de interminables meses cerrada debido a unas obras que nos han condenado a un otoño y un invierno sin biblioteca en el barrio de Prosperidad (Distrito de Chamartín, Madrid), ha reabierto este espacio de titularidad municipal. Está situada dentro del centro cultural Nicolás Salmerón (Calle Mantuano, 51) y aunque era conocida de esta manera, su nombre administrativo era Biblioteca Pública Municipal de Chamartín. Este es el nombre que ha sido cambiado por el de Biblioteca Francisco Ibáñez, para rendir así un homenaje al dibujante de Mortadelo. La biblioteca ha crecido en metros cuadrados pero no en fondo ni en forma.

El centro cultural ocupa parte del edificio donde también estaba situado el ahora cerrado colegio Nicolás Salmerón. Se trata de un edificio muy singular. En 1981 ya era un «polémico edificio». En ese año se decidió crear el centro cultural, la biblioteca y el colegio, con una financiación por parte del Ayuntamiento de Madrid de 150 millones de pesetas, más lo que el Ministerio invirtió en la creación del colegio para cursar la EGB. Para realizar esta reforma, el Ayuntamiento hecho a los grupos que daban vida al edificio y que conformaban el Centro Cultural Prosperidad. Entre ellos había una cooperativa de guardería infantil. Los grupos que gestionaban el inmenso lugar lo hacían bajo cesión consentida por el Ayuntamiento.
El edificio se había construido para ser escuela pública durante la Segunda República y desde el primer día estaba bautizado con el nombre de Nicolás Salmerón, catedrático de Historia que durante la Primera República fue presidente del Ejecutivo, presidente del Congreso de los Diputados, ministro de Justicia y diputado.
La historia siniestra de Mantuano 51 comienza después de la guerra, cuando la Dictadura entrega el edificio, en 1942, a la Escuela de Mandos del Frente de Juventudes, para que se imparta allí doctrina política, física y premilitar. Y así sucede hasta 1975, cuando el Ateneo Politécnico se queda sin local y su colectivo busca otro que ocupar.

Así escribe Moncho Alpuente en 1998:
«El Gran Wyoming, guía nativo criado en La Prosperidad, recuerda los felices días del Ateneo Politécnico, una academia privada reconvertida en centro de actividades culturales, lúdicas y festivas por voluntad de su propietario, cuyo edificio cobijó actuaciones musicales de grupos de casa, locales de ensayo y una popular guardería. La oposición de dos de los hijos del mecenas generó a mediados de los setenta una batalla legal y campal que terminó como suelen terminar las buenas acciones cuando hay por me dio terrenos para especular.
Tras el desalojo policial del politécnico, los ocupantes que aún no habían estrenado la «ka» hicieron lo propio con los locales de la antigua Escuela de Mandos José Antonio, de la calle de Mantuano, desmantelada tras la muerte del supremo y superlativo mandatario del régimen. El nuevo centro cultural se convirtió, más que mediados los años setenta, en un vivero de actividades en el que germinaron los más desmandados talentos musicales de lo que empezaba a llamarse, «movida madrileña». Después del «movimiento», la «movida», el edificio que había albergado a los candidatos a profesores de Educación Física y Formación del Espíritu Nacional, terror de aulas y patios colegiales, se transformó en un nuevo ateneo artístico y libertario, sin exclusiones, donde convivieron durante un tiempo un gimnasio de artes marciales y una sala de exposiciones, El Saco, en la que jóvenes creadores y diseñadores expusieron sin rubor sus obras primerizas, esculturas con materiales reciclados entre el dada y el arte povera, el pop art y el agit prop (agitación y propaganda). Uno de los animadores de aquellos momentos iniciales e iniciáticos fue Fernando Márquez, El Zurdo, con sus fanzines y su primer grupo, Kaka de Luxe, en el que militaban Alaska y Carlos Berlanga. También pararon por allí Los Zombis de Bernardo Bonnezzi y los obreros especializados del Aviador Dro, Servando Carballar, que tenía las oficinas de su sello discográfico independiente unas calles más allá, en pleno corazón de La Prospe».

«Al poco tiempo de la ocupación, había cientos de jóvenes pululando por allí» recordaba El Gran Wyoming en 1999. «Allí convivían grupos de música, teatro, títeres, fotografía, artes marciales, talleres, carpintería, una planta entera dedicada a la tercera edad, donde se montaban sus timbas los viejos, un gimnasio…». ¿A que os recuerda al Patio Maravillas?

«Claro está que nada es eterno. Los fachas, que siempre están en desacuerdo con todo, se empeñaron en cargarse la historia. A un chaval que paraba por allí y al que llamaban El Chileno, se lo cargaron de una puñalada junto al Ateneo. Como suele suceder, aquel crimen se volvió contra las víctimas, y enseguida empezó una campaña de acoso por parte del diario ABC, que dedicó varios días a relatar lo que ocurría en el Ateneo por las noches. Ya os podéis imaginar: gritos de violaciones (parece cachondeo pero eso es lo que publicaban, ellos sabían que eran de violaciones, no podían ser de otra cosa), gente de aspecto siniestro, incluso, cómo no, publicaban cifras del incremento de la delincuencia en la zona, desde que existía el Ateneo. Era la primera vez que en el barrio había un sitio decente que no fueran unos billares».

Como veis, el ABC no ha cambiado nada en 40 años, salvo que ahora contratan a fotógrafos en lugar de a dibujantes. Fin de la historia, en boca de Wyoming:

«En fin la cosa es que, al final, lo que no consiguió el Ayuntamiento de UCD, porque la resistencia de los ocupantes era fuerte, y la implantación en el barrio también, lo hizo el del PSOE, que al estar presidido por el carismático Tierno, se permitía meter mano donde otros no se atrevían.
Después de algunos avisos y negociaciones, en las que se prometieron espacios alternativos, como algunos locales de la Feria del Campo, para los que todavía seguían trabajando en el Ateneo, un día llegaron los Geos, se liaron a destrozar las cosas, y aquí paz y después gloria. Así murió el Ateneo. Por supuesto, que de espacios alternativos, nada de nada. O sea, como siempre, una mierda».

En el encuentro de Manuela Carmena, más que probable inminente alcaldesa de Madrid, con los vecinos de Chamartín durante la campaña electoral, los vecinos le dijeron que no podía ser que ese edificio estuviera criando telarañas. Ella pareció estar de acuerdo.

Como decía al principio, reabierta al fin la biblioteca, vuelvo al Nicolás Salmerón para ver cómo ha quedado. Es más grande, porque le ha cogido espacio a lo que era el colegio, pero es un completo despropósito, una tristeza, un disparate. Los paneles que forran las paredes dan apariencia de nuevo a un edificio viejo cuya historia queda aun más enterrada. Es una novedad clínica, una limpieza aséptica e impersonal. Troquelados de Mortadelo y Filemón decoran las paredes. Un expositor en el pasillo destaca los cómics de Ibáñez, pero la sección de tebeos sigue siendo tan exigua y anticuada como siempre. La idea más incomprensible de todas ha sido la de partir la biblioteca en dos, creando en la derecha la zona de estanterías, hemeroteca+mediateca y recepción. De ella se sale traspasando los arcos antirrobo y se pasa al otro lado, donde tenemos la biblioteca infantil y juvenil y el espacio para los más pequeños (prelectores de 3, 4 y 5 años) que absurdamente han denominado «bebeteca». Mi hija está a punto de cumplir 4 y os prometo que de bebé tiene bien poco. Es más, no le llames bebé que se cabrea. En la biblioteca original, las mesas de estudio y consulta compartían espacio con las estanterías de libros. Ahora, las mesas están en una sala lejana, cerrada, a la que no puedes llevar libros a no ser que los tomes en préstamo. Si se te ocurre desafiar las normas, los arcos comenzarán a pitar, señalándote como antisistema. Abrí la puerta un momento para ver cómo era esa denominada «sala de lectura» y recibí dos golpes: uno fuerte de mal olor a sobaquillo y otro inquietante de un buen número de ojos que se levantaron del estudio de sus apuntes y ordenadores para mirar quién osaba perturbar su paz. Intimidada, cerré la puerta despacito y volví con la cabeza gacha a recepción. Les planteé mi confusión: si quiero sentarme a trabajar con varios libros que quiera consultar, ¿cómo lo hago? «No puedes» me dijeron los consternados bibliotecarios, «a no ser que te apañes de pie o en la sillita aquella». Se notaba en sus rostros que ellos tampoco entendían la remodelación. «Quien ha hecho esto no sabe lo que hace», les digo. Con pesar, me contesta el bibliotecario «me temo que sí que saben lo que hacen».
Lo piensas dos veces y lo entiendes: el reformista de la biblioteca entiende este espacio como un lugar de paso, donde el ciudadano acude a llevarse un libro y no tiene porqué quedarse allí, que se vaya a su casa con el libro. Y, por otro lado, tenemos a los jóvenes estudiantes prepando sus exámenes. ¿Y yo ahora qué hago?

Esta reforma es un símbolo más de cómo el extinguido ayuntamiento de Ana Botella no entiende que necesitamos espacios donde encontrarnos, donde pensar, donde leer, donde trabajar en común. No queremos que nos den un libro «gratis» y nos vayamos a casa. Queremos compartir el conocimiento y crear entre todas. Ah, pero qué peligro, hacer cosas entre todas.

El centro cultural Nicolás Salmerón sigue creando telarañas, con aulas cedidas a empresas privadas, con un auditorio infrautilizado, presa de múltiples normativas municipales que nos hacen la vida triste y solitaria. Necesitamos organizarnos y que responda a nuestras necesidades culturales y sociales. Por las buenas o por las de 1975.

PD
El día que fui a ver la remodelación aproveché para donar parte del catálogo de Autoreverse a la biblioteca, de manera que podáis tomar en préstamo los discos de Comando Suzie, El Giro Orgánico o Lost Balance.