Si pudieras asomarte y mirar por la ventana verías que hay una tormenta amenazándonos en nuestra cara con un rayo que nos parta. Hoy el día es así, es de esos. Uno de esos días en el que el verde de fuera se mueve agitadamente y de otras casas me llegan ruidos vecinales de domingo (una black&deker, unas sillas arrastradas, gritos que hacen reír a un niño, una olla express).
Pero dentro de la casa todo es excepción, ni cocino, ni enciendo la tele, ni celebro nada. Sólo hago ruidos de teclas y al tirar de la cadena.
Qué vida estarás viviendo que te impide salpicar con tus sonidos cotidianos este piso paréntesis donde no dejo que ocurra nada. Anoche, cuando estuve donde tú estás ahora, era una prostituta novicia en un burdel improvisado pero bonito. Esto es algo que querría contarte. Era feliz en la habitación en la que trabajaba y dormía. Llegaban los clientes muy de cuando en cuando y, mientras ejercía mi oficio con poca destreza y mucha curiosidad, todo se quedaba en negro para después no recordar nada. Más tarde me mudé a otra habitación, al otro lado de un largo pasillo. Recuerdo la cama de hierro forjado, la lámpara baja de tulipa roja, las telas profusamente estampadas. Allí me dediqué, sobre todo, a esperar. Con mucha intriga pasaba las horas imaginando cómo sería el siguiente cliente. Eso es lo que soñé anoche.
Qué decepción tan amarga es descubrir rasgos conservadores, obtusos, acobardados por el miedo a perder lo propio, en las personas que quieres. Cuando das con uno de esos nervios -imagina que eres dentista- y te lo encuentras todo podrido, ahí abajo, arraigado a la encía y agazapado bajo la muela y ves que eso es insalvable, que lleva camino de infectar la boca entera, pero ya es demasiado tarde y porque lo quieres lo dejas libre, no lo matas ni nada sino que más bien te mata a ti con el hedor de la desilusión que te obliga a poner distancia.
Seguro que sabes de lo que hablo, aunque tú eres algo inmune, acorazado tras tantos años en silencio calando a los otros cuando abren las boca. Eres de esas personas que dejan que el otro se ponga en evidencia. Les das libertad para ser como les salga ser. Y así te salen. Se te arriman los malformados, los carentes, los vanidosos. Y tú nunca les reprendes. Lo que no creo es que no te pase factura, que tus anticuerpos sean capaces de bloquear los ataques, anular la ira, minimizar los daños.