«Lo que no tiene nombre, no existe»

El Cabezota. El Tuerto. El Bichejo. El Oveja. El Palabras. En el pueblo de Majadahonda (Madrid) existía la afición de ponerle mote a todo quisque. Tanto habían calado los sobrenombres, que algunos de ellos llegaron hasta el penúltimo papel de las vidas de estas personas: el sumario del Consejo de Guerra. En la causa contra Ángel Montero Álvarez, más conocido como El Cabezota, se le acusa de estar afiliado al Partido Socialista y a la UGT, así como de “armar a la población de izquierdas”, por lo que se le sentencia a pena de muerte el 16 de mayo de 1939.

Al que apodaron El Palabras debía tener buena labia. Se llamaba Tomás Montero Labrandero y era un agricultor de 26 años que se casó con Faustina Montero (no eran familia, muchos en Majadahonda comparten este apellido) unas semanas después del golpe de Estado que dio lugar a la Guerra Civil. En un informe redactado por Falange, contenido dentro de las Diligencias Previas para un juicio por el que nunca llegó a pasar, por toda explicación para su fusilamiento se advierte la “conducta mala”. El Palabras fue detenido y encarcelado. Fue fusilado el 14 de junio de 1939, antes de que terminara la instrucción de su procedimiento.

El nieto de El Cabezota y el nieto de El Palabras están ahora mismo, en esta mañana de noviembre de 2019, 80 años después, junto a la misma tapia del mismo cementerio en el que fusilaron a sus abuelos. En realidad hay dos tapias. Una es de ladrillo, la que siempre ha estado ahí, más o menos reconstruida, dividiendo, mal que bien, el mundo de los vivos del de los muertos. La otra lleva unos meses en pie y está formada con hierro y rafia de color verde. Sirve para separar, y en cierto modo esconder, las obras de construcción —y destrucción— de un memorial que el Ayuntamiento de Madrid está instalando dentro del Cementerio de La Almudena. Se trata de una intervención arquitectónica y artística que conecta un nuevo espacio de reflexión y recuerdo, pegado a la entrada de una de las puertas del recinto funerario, con la pared en la que se rinde homenaje a las Trece Rosas. El conflicto surge cuando, con el relevo político en el gobierno municipal, este decide cambiar quién es el colectivo objeto de memoria. Al hacerlo, deja de ser un recuerdo a las víctimas mortales de la más dura represión franquista en Madrid posterior a la Guerra Civil —2.933 fusilados entre abril de 1939 y enero de 1944 a los que se han sumado cuatro más desde la publicación del informe— para convertirse, según la nueva denominación, en un memorial “a las personas que perdieron la vida de forma violenta”, incluyendo también los tres años de contienda. Esta decisión de la alcaldía de José Luis Martínez-Almeida llega tan tarde que no han adjudicado el contrato al artista hasta el pasado 7 de noviembre y los albañiles (que trabajan para la empresa adjudicataria de la obra civil, adjudicada en abril) han arrancado con piquetas las lápidas ya instaladas con los nombres de estas 2.937 víctimas del franquismo. Para el nieto de El Palabras, esto es “un disgusto serio” y “un palo tremendo”.

El paredón de rafia verde.

“Se está borrando algo que ni siquiera nos han dejado escribir”, dice Tomás Montero, digno heredero de su abuelo en lo que a elección de palabras se refiere. Porque como dice Jesús Marjón Montero, el nieto de El Cabezota: “lo que no tiene nombre, no existe”. Sin duda, hay algo también del carácter de su antecesor en él.

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