Madrid en agosto

Se me ríen los compañeros que están de vacaciones porque les digo que me encanta trabajar en agosto en Madrid. «Me encanta», me repiten, imitándome con sarcasmo.

Pues sí. Yo qué sé.

Me encanta.

Primero, porque puedes pensar. Esto no pasa todos los meses del año, en los que haces y haces y no piensas en lo que haces. También es verdad que con frecuencia hace tanto calor que quizá tienes el tiempo para hacerlo pero el cerebro frito.

Hoy he tenido que coger tres bicis de Bicimad hasta encontrar una que más o menos me trajera a casa. Solo tenía freno en una rueda y el sillín se giraba al pedalear. La primera estaba pinchada y la segunda tenía roto el motor eléctrico. Después, ya no había donde elegir. Eran las ocho de la tarde y un termómetro que he visto en Luchana marcaba 38º. Yo hoy llevaba un vestido mínimo, un mono de pantalón corto y escote palabra de honor y aún así´, he llegado sudadísima.

Por el carril bici de Serrano, que está sobre la acera derecha según miras hacia el norte, tienes que ir procurando no apretar los dientes, porque te los puedes romper en los baches de los tablones de madera. Cada día es peor, ya que se va deteriorando más. La sensación es como ir en un carromato por un pedregal. Aunque nunca hayas ido en un carromato por un pedregal te puedes hacer una idea. Por ese carril bici hay qur ir siempre con la mano izquierda sobre el timbre de la bici. A veces, cuando ya estás en Serrano, descubres que has cogiod una bici que no tiene timbre. En ese caso, hay que prepararse psicológicamente para ir gritando a la gente. En Serrano siempre hay panolis parados en el carril bici que, cuando les llamas la atención con el timbre o les pegas un grito, te miran como si fuera la primera vez en su vida en que reparan que ahí, en su acera, hay un carril para las bicis.

En agosto, estos incidentes son menos frecuente, sencillamente porque hay notablemente menos gente en la ciudad. Por ese mismo motivo puedes ir en metro y sentarte en un asiento (y también esperar una media de 10-12 minutos a que llegue el tren, pero eso sí, puedes esperar también sentado un banco del andén) y también conducir por la ciudad de manera más tranquila y, por tanto, menos peligrosa.

A veces voy en moto. Al fin han terminado las obras de la calle Alcaláen su cruce con Gran Vía, así que ya no hay que sufrir el colapso envuelto en polvo, humo de los tubos de escape y calor de los autobuses que he venido aguantando hasta ahora. Un día tuve que para ahí mismo, para ir a entrevistar a Luis García Montero en el Instituto Cervantes, y tardé diez minutos en salir de un atolladero de maquinaria pesada, obreros y calles cortadas.

Madrid siempre está en obras pero en agosto todavía con más ganas. Se sobreentiende que nadie viene de vacaciones o de visita a la capital en estas fechas, así que se abren zanjas, se colocan andamios, se corta el tráfico se cualquier arteria o, como es el caso, se cierra la mitad de una línea de metro. Todos los veranos hay un puñado de estaciones fantasmas, inaccesibles. A cualquier trayecto hay que añadirle 20 minutos más, para dar un rodeo. Cuando te encuentras con este inconveniente te enfadas un poco pero después te resignas. Al final te lo tomas como una tradición.

Ahora, por ejemplo, tenemos vallada la Puerta del Sol una vez más. Una nueva remodelación va a hacer que siga siendo fea e inhóspita, una playa de cemento. De igual manera, la nueva plaza de España es una reforma fallida: fea, inhóspita, playa de cemento. Esos tres conceptos valen para cualquier plaza, para cualquier reforma de la que quieras hablar en Madrid.