Si hace un año me hubieras dicho que haría un programa de radio sobre el Carnaval desde la plaza de mi barrio, Prosperidad, te habría preguntado que con qué te drogas. Aunque es verdad que, hace casi un año, las cosas empezaron a torcerse en mi anterior trabajo y estaba a punto de ser despedida… temporalmente. No tuve paciencia y, en el verano, convertí esa temporalidad en indefinida.
Al volver de las vacaciones de verano, ya en el paro, me puse a terminar de escribir el libro que había dejado a medias años atrás. O eso pensaba yo, que se trata de terminarlo, cuando en realidad, me di cuenta al volver a él, prácticamente no estaba ni comenzado. Tuve la suerte de dedicarme unos meses a la escritura y a cuidar de mi familia, lo cual, si no hiciera falta dinero para vivir, sería todo lo que haría en la vida. Mientras transcurría el otoño de 2018, me cayeron dos trabajos que disfruté con agobio y con gozo, como siempre me pasa. Uno de ellos fue para el Área de Cultura del Ayuntamiento de Madrid. No es que sea un secreto, pero tampoco lo he querido contar mucho. Era la segunda vez que formaba parte de la comisión de festivales para las subvenciones. Repetí porque, como con los partos, después solo te acuerdas de lo bueno. En mi caso, la parte buena fue la de conocer, bastante al detalle, cómo son las propuestas de festivales de música en Madrid, qué se hace, cómo, qué se quiere conseguir… e intentar ayudar, de la mejor manera, a todos los que sean posible. Pero también lo pasé mal porque el dinero es finito, las bases son de concurrencia competitiva y yo empatizo demasiado con la gente. Durante semanas no paré de pensar en muchos aspectos relacionados con la gestión de lo público y los presupuestos. Y sigo dándole vueltas. Es una responsabilidad que quita el sueño. Admiro mucho a las personas que se dedican a ello, y a las que lo hacen bien, en fin, les haría un monumento, una cena, una flor de origami. Me parece que a veces tratamos injustamente a las personas que se dedican a la función pública, en especial cuando les juzgamos por un acto o un detalle.
Ya he dicho que empatizo muy fácilmente.
El otro trabajo al que me dediqué en aquellos meses ya es público también: un capítulo en el libro colectivo sobre Aviador Dro titulado «Anarquía científica. La fascinante revolución tecno del Aviador Dro», que editará La Felguera en mayo de este año. Me entregué muy a fondo y luego supe que me pasé, escribiendo más páginas de las que debía. He escrito sobre el origen del grupo y la adolescencia de su miembros fundadores, cuando hacían fanzines en el Instituto Santamarca y jugaban al baloncesto en la cancha del Parque de Berlín.
Por eso, casi me echo a llorar (o quizá lo hice) cuando Aviador Dro ejerció de pregonero del Carnaval de Madrid el pasado 1 de marzo, en un escenario colocado sobre esa misma cancha de baloncesto, circunstancia que el propio Servando Carballar recordó en su arenga/manifiesto/pregón de aquella noche. «La Prospe, donde todo empezó».
Los que me conocen saben que me apasionan las historias pequeñas, las que se olvidan en los libros de historia, las de la memoria, las familias y los lugares. Sobre todo las disfruto cuando aparecen en ellas círculos que las cierran. Por eso me encanta la psicogeografía y escuchar los recuerdos de las personas, rastrear sus trayectorias.
Cuando el Ayuntamiento (en concreto CiudaDistrito) me propuso, como una idea loca en mitad de una reunión, hacer un programa de radio en mi barrio y sobre el Carnaval, en que hablar con mis vecinas y con participantes de las fiestas, se me aceleró mogollón el corazón, porque me estaban dando la oportunidad de hacer algo que adoro en un formato que toda mi vida ha sido segunda piel: las voces, los sonidos, la música, la radio.
Estudiar periodismo, dedicarme a la redacción, me ha alejado siempre, profesionalmente, de la radio. En mi carrera apenas se tocaba, era territorio de los de audiovisuales. Mientras estudiaba, solicité unas prácticas que, tras unas pruebas de dos o tres días, me denegaron. Me dijeron que no era lo mío. Cuando sucedió eso, yo ya llevaba unos años de radio libre a mis espaldas. Desde la primera vez que puse el pie en Radio Carcoma, no quise salir jamás. Pasaba en aquel sótano de la calle Esfinge todo el tiempo que podía y hacía de todo: programas, guiones, entrevistas, permanencias, controles, asambleas, coberturas… Todo lo que no me enseñaron en la universidad (y cosas que, aunque me hubiera enseñado radio, tampoco me las habrían contado), lo aprendí en Radio Carcoma. (Donde todo empezó, para mí).
En aquella reunión con CiudaDistrito en la que me propusieron hacer un programa de radio durante el Carnaval, me vino a la cabeza un recuerdo enterrado de unos 26 años atrás. Yo tendría 17 años. Radio Carcoma era parte del proyecto de la Asociación de Vecinos de Canillejas y, como tal, se participaba en todo lo que se hiciera en el barrio para hacer ruido, para reivindicar cosas, para sumar participación. (Al igual que hace la Asociación de Vecinos Valle-Inclán en Prosperidad). Era Carnaval y la radio participó en el pasacalles. Organizamos una cobertura. Obviamente, no había móviles, así que hacíamos conexiones desde las cabinas. No me acuerdo de mucho, pero me recuerdo llamando a la emisora, contando que la comparsa de la radio acababa de pasarme por delante.
Así que, en realidad, vengo haciendo lo mismo toda mi vida, aunque espero haber aprendido algo en este camino y hacerlo mejor. Me tenso, me agobio y me estreso porque está en mi naturaleza, pero lo paso tan bien cuando hago radio, que me desbordo en agradecimiento a las personas de CiudaDistrito, Madrid Destino, el área de Cultura del Ayuntamiento y M21 que me han confiado el proyecto de La Radio del Carnaval, a mí, esta chica de las radios libres, los podcast y los fanzines que, según los de la emisora que me denegaron las prácticas, no valía para esto.
Supongo que, a veces, no estar formada a la manera formal, puede ser una ventaja.
Durante las seis horas de radio que hicimos en directo desde la plaza de Prosperidad, tuve a unos compañeros geniales: Pedro Toro, Alberto Haj-Saleh, Elisabeth Falomir y Manu Santaella, lo que viene a ser el equipo de Hostia Un Libro (Los Increíbles HUL, perpetradores del programa de M21 El Último Moyano). La tranquilidad, seguridad, desparpajo y capacidad de improvisación de esta gente es maravillosa.
Otra persona estupenda con la que hacer una producción radiofónica resulta como bailar un vals, es Alfonso Álvarez Cañero, el nuevo Jefe Técnico de M21 con quien he trabajado en el primer Directo Salvaje, en La Radio del Carnaval y espero que en muchas otras. Ya he dicho que con lo fatídica y pesimista que soy, me viene bien tener gente templada a mi alrededor.
Así que el Ayuntamiento nos colocó allí una hermosa caseta acristalada (hermosa, de verdad, porque yo me había imaginado una mesa y poco más)…
… y ejecutamos los dos programas con la alegría, el color, el trote y la complicidad que merece una buena celebración del Carnaval. Nuestra pretensión era hablar con el barrio, así, en colectivo. Que pasaran muchas voces por los micrófonos, que la conversación fuera amplia y diversa, que todas esas personas se sintieran cómodas y representadas, que vieran esa caseta lo más cercano posible a una mesa camilla, pero que también fuera en parte un escenario, un teatrillo, un lugar en el que se representa una función divertida y atrevida.
Hablamos con Antonio Práxedes, Enrique F. Rojo, Gisela Meyer de la Valle-Inclán, Francisco Javier Martín Herreros de 15M Chamartín, Soraya Pullaguari de Stop Desahucios Chamartín, Paloma de Feministas Prospe, Pepe Tarduchi y José María Alfaya, Asis y Nico, Eleonor y Gabriela, Alicia y Adrián, Héctor Fouce, Amelia Die de Berlín Teatro, Montse Martínez de Teatro Prosperidad, Inés de la Iglesia de Teatro Pradillo, Leticia García de CiudaDistrito, Jordi Sánchez de Fundación Orquesta Sinfónica Chamartín, Ricardo Fraile de la Asociación Arrabel, Servando Carballar, Miguel Ayuso, Paloma Serrano de la tienda de discos La Negra, Esteban Fernández de la pastelería Valle Olid, Pedro Bermejo de la librería El Buscón, Francisco Nixon y la ilustradora Rocío Cañero, creadora de las geniales máscaras que han dado identidad al Carnaval 2019. además de toda la gente espontánea que se acercó a los micros inalámbricos de Alberto y Elisabeth.
Y, lo que fue maravilloso, es que hubo música en directo. Casa Dragón (grupo hermano de Juana Chicharro y residentes en Prosperidad) puso la música al programa del sábado, tocando en directo en un escenario en la plaza. Y The Urban Voodoo Machine Marching Band nos dio un miniconcierto al final del programa del viernes, casi de manera improvisada, que salió fenomenal gracias a los recursos siempre sin fin de Manu Santaella (¡siempre con una sonrisa!). También José María Alfaya trajo su guitarra y hubo canciones, que cantó junto a Tarduchi, el cual por cierto se reveló como invitado y se atrevió a entrevistar a unos curiosos personajes que se sacó de la manga, ante un Alberto Haj-Saleh ofendidísimo.
Yo sé que quedó mucha gente fuera, muchas historias de lado. Otras seis horas de radio y hubiera podido montar otros dos programas totalmente diferentes. Ya me gustaría a mí hacer uno de estos cada semana. También podría hablarte de las cosas que se dijeron, pero creo que es más bonito escuchar los programas, que además de la urgencia de lo que acontece y del contexto en el que se cuenta, hay mucho que sirve para siempre: historias del carnaval, del barrio, de lo que nos atañe, nos toca y nos preocupa, de lo que nos divierte.