Toda la música es política. Toda sirve a las deudas e intereses del poder, del mercado o de su clase. ¿Toda? Puede ser que no. Algunos músicos, atravesados por el 15M, exigen su derecho a repensar su actitud política.
El artista no es, para el músico Sergio Sánchez conocido también como Jazznoize, “una clase social, ni algo diferente que esté por encima del bien y del mal”. Sánchez comparte la responsabilidad del sello Micropolítica, un “archivo sonoro” -prefieren ese término antes que “netlabel”- de temática sociopolítica que ha puesto en circulación el disco digital 15M. Un minuto para la Historia. “La pretendida neutralidad que algunos muestran -continúa Sánchez- es un auténtico engaño, mi posición al respecto es que todos somos políticos”. Tanto Jazznoize como “un músico de radiofómula” tienen “una posición de clase y de un modo u otro hacen política”.
La cultura española de las últimas décadas ha cultivado la posición de la no intervención política como discurso dominante. La desconexión ha sido tan grande que, ante la llegada del 15M, muchos se preguntaron dónde estaban los músicos, qué tenían que decir al respecto y porqué seguían en sus casas y no en las calles.
A Roberto Herreros le gusta citar al artista Rogelio López Cuenca cuando dijo en una entrevista que la etiqueta “comprometido” califica más “al que las pone que a lo etiquetado, que lo que está intentando es quedarse fuera él mismo de la foto, cuando no hay arte que no sea político, desde las películas de ‘entretenimiento’ como las de Disney o las de Rambo, al cabezón de la inocente nieta, pobrecita, de Antonio López en Atocha”. Es más, el arte político no suele ser, en la mayoría de sus formas, crítico con el sistema sino más bien servil. Ahondando en esa relación Pedro Jiménez de Voluble, Mediateletipos y el colectivo ZEMOS98 nos recuerda la instrumentalización como “herramienta de ocio pero no central” de la música dentro del concepto de mítin-fiesta: “traigo un grupo de música conocido para que vengan más a mi discurso político”.