Orgullo underground

Todavía podéis pasar por la Casa de Vacas de El Retiro para curiosear en la Semana Gótica. La ubicación de este año es mucho mejor que la cortilandesca plaza de Felipe II que les fue cedida en 2009. Es bonito entrar a El Retiro por el túnel que enlaza con el metro, caminar sobre el barrio y las hojas secas, bajo una leve llovizna, y aproximarse por atajos hasta el quiosco de música, donde uno descubre a infiltrados adolescentes practicando para-para, todavía descoordinados.

Superado el quiosco, se alcanza la Casa de Vacas por la parte de atrás, por lo que necesario bordearlo entre regueros de agua y arena. Ya se ven las casetas, que parecen menos que en la edición anterior, quizás por la ausencia de la precisa selección que la Fnac montó el año pasado. Mejor que no esté la Fnac, pienso, pues fagocitan a los pequeños. Probablemente las editoriales que están aguantando el viento y el frío también se alegran, aunque al no estar en una zona comercial de paso, como lo era Goya, les hará vender mucho menos. No veo ningún puesto de discos. Quizá lo haya, no puedo asegurarlo del todo.

El Ayuntamiento debería haberles cedido el interior de la Casa de Vacas como espacio expositivo. Resulta chocante ver cuadros ajenos, invisibles, en las paredes que rodear al estupendo auditorio, y comprobar como la muestra artística seleccionada por la Semana Gótica se empapa por la humedad en las casetas de afuera.

El auditorio, como he dicho, es estupendo. La escenografía es mala, no obstante. Insisto en ello una y otra vez: hay que quitar la mesa alta y horizontal, que interrumpe el diálogo y clava una zanja como segunda barrera entre los conferenciantes y el público. Para empeorarlo, la mesa era alta y las sillas pequeñas, por lo que desde la tercera fila las caras se veían cortadas, a veces incluso ocultas tras las botellas de agua.

Pedro Ortega habló sobre la relación entre la música y el arte o el diseño, para luego centrarse en la absenta y la música, a raíz de un grabado, que analizó, de Raúl Moreira. Tras él, tomó el estrado un grupo de hombres enfadados con todos y con todo, para una mesa redonda cuyo título no estaba claro: ¿qué importancia tiene la música gótica en la escena o qué importancia tiene la música en la escena gótica? Jorge Rara Avis, moderador de la mesa, aclaró que el título correcto era el primero, aunque en realidad se acabó hablando bastante de lo segundo. Se atacó mucho (a SGAE, los operadores de cable, las descargas gratuitas, los dj’s que ponen lo de siempre), se recordaron los viejos tiempos («yo tengo 35 años y me he comprado 3.000 discos», «no puedes comparar a un chaval que se baja toda la música de un estilo en un sólo día con los 25 años que me ha costado a mí comprarme y escuchar esos discos», «antes estábamos por la música y nos poníamos cualquier cosa que tuviéramos en el armario, ahora están por las pintas») y no se aportaron ideas, ni una.

Se dijeron, a mi entender, algunas burradas, tozudeces y algún que otro comentario reaccionario y falocéntrico al que ya me había desacostumbrado.

Aunque comparto muchas de sus preocupaciones, no puedo decir lo mismo de sus conclusiones. ¿Mi opinión? Que una música minoritaria, difícil y radical como es la música que nos gusta, necesita de soluciones minoritarias, difícil y radicales. Nadie mencionó, ni por asomo, las puertas que el copyleft y las licencias libres abren para cobijar una escena denostada por las multinacionales, SGAE, etc. Si está claro que no podemos jugar en esa liga, hay que cambiar las reglas de nuestro juego y aceptar ser underground con orgullo de serlo.

Como broche final de la mesa redonda, la directora de la semana, Marjorie Eljach, contestó una pregunta del público sobre el poco nivel de los conciertos. Su respuesta fue tan sincera y visceral que despertó los aplausos de la sala. Nos contó exactamente su presupuesto (12.000 euros), que no pueden imprimir ni un cartel hasta que un mes antes el Ministerio de Cultura no les da los 4.000 euros que aportan. Que nadie cobra nada, ni los grupos, ni los conferenciantes, que todos los que trabajan en la Semana Gótica son voluntarios y que tuvo que venir una colombiana («caribbean goth», bromeó sobre sí misma con ironía) a montar algo como esto y pelearse no sólo contra todo el mundo sino contra la desconfianza de la propia escena, que se pregunta de dónde habrá salido esta. Los que con desprecio se hacen esa pregunta no han movido un dedo, hagamos autocrítica, por hacer nada que aporte valor cultural a esta desagradecida ciudad.