Premio Nobel, ¿un reconocimiento literario o político?

La Academia Sueca anuncia hoy el ganador literario del año, que el año pasado fue otorgado a Doris Lessing y que nunca está exento de controversia

Doris LessingEl 23 de octubre de 1964 el diario Le Figaro publicó una carta escrita por Jean-Paul Sartre: «un escritor no debería permitirse a sí mismo convertirse en una institución». Y así, rechazó el Premio Nobel. Nadie más lo había hecho. Ni antes, ni después.

Para Horace Engdahl, secretario de la Academia Sueca, el centro de la literatura mundial es Europa y no Estados Unidos.

Pero la lista de laureados por el Premio Nobel no siempre responde a ese epicentro literario, pues esta organización que esculpe en pompa y secretismo su prestigio, se ha dejado fuera de su Monte Olimpo de las letras a los difuntos James Joyce, Jorge Luis Borges, Anton Chejov, Vladimir Nabokov, Graham Greene o Leon Tolstoi.

Durante la Primera Guerra Mundial la Academia decidió permanecer neutral al conflicto, por lo que todos aquellos autores significados fueron rechazados de las quinielas, como por ejemplo Zola, Ibsen o Mark Twain. Esta política ocasionó que las letras escandinavas gozaran de favoritismo, por lo que el sueco Verner von Heidenstam (1916), los daneses Karl Gjellerup y Henrik Pontoppidan (ambos ex aequo en 1917) y el noruego Knut Hamsun (1920) fueran galardonados, así como el suizo Carl Spitteler en 1919.

Los biógrafos de Borges señalan que la academia nunca le ha concedido el Nobel, pese a estar nominado en incontables ocasiones, por su apoyo a los gobiernos dictatoriales de Chile y Argentina, en cambio, otros escritores destacados por su respaldo a gobiernos de izquierdas, como el caso de Sartre o Pablo Neruda sí fueron elegidos.

Salman Rushdie podría haber sido Premio Nobel en 1989, o en cualquier otro año, pero la academia decidió no apoyarle en la persecución religiosa de la que es objeto. Por ello, ese año, dos de los miembros vitalicios de esta institución presentaron su dimisión.

En busca del ideal

No fueron los únicos. En 2005 Knut Ahnlund, de 83 años, renunció a su sillón de académico por el premio que el año anterior se había concedió a la escritora austriaca feminista Elfriede Jelinek (La pianista). Esta vez los motivos no fueron políticos sino literarios. «Ese premio ha hecho un daño irreparable a todos los empeños progresivos [de la academia] y ha confundido el punto de vista general de la literatura como arte», declaró a un periódico sueco. Además, aventuró que probablemente los académicos suecos no habían leído siquiera una parte del trabajo de Jelinek.

La culpa de que este controvertido premio del que Camilo José Cela se había vanagloriado en ganar antes del Cervantes, es posible que resida en el propio Alfred Nobel, que dejó escrito que el laurel que lleva su nombre debería concederse a «la persona que haya producido (…) el más destacado trabajo en una dirección ideal».

Esa dirección ideal puede ser, para los albaceas del señor Nobel, una ideología, una significación, una posición y no necesariamente la cima de la literatura universal.

CC. Elena Cabrera. Publicado en ADN.es