Puertas estrechas

Se trata de mi teoría de las puertas estrechas. Cuando Alicia se come una galleta que dice «cómeme» —y lo hace solo porque dice «cómeme»— la niña se hace tan grande que no cabe por la puerta. Pues bien, siento que la glotonería irreflexiva de Alicia es el mismo tipo de alimento que nos mueve día a día. Todos hemos crecido pero las puertas siguen siendo igual de estrechas.

Las puertas (o, también, ventanas de atención) son pasillos privados, propiedad de empresas de gran capital, con forma de canal reducido de salida a la opinión pública en el que no solo caben pocos sino que, los que pasan, tienen que contar con el favor del gorila de la puerta.

Hoy son los mecanismos de popularidad de Twitter, el algoritmo de Facebook, los videos para TikTok, las stories de Instagram de una cuenta con muchos seguidores, los canales de YouTube fabricados a la medida de YouTube. En otro tiempo fueron los enlaces en Menéame o los SMS que se podían pasar.

Es agotador.

Por la puerta estrecha solo cabe lo que se ha masticado a la medida del dueño de la puerta. Todo lo demás se queda de este lado del basurero.

Pero, ojo, que lo mismo al otro lado también hay un basurero.