Ya sé que estáis esperando que hable de Barcelona. Yo también. No lo hice desde allí ni justo al regresar por lo que, debido a la instantaneidad de los blogs, parece que algo que sucedió hace una semana está pasadísimo de moda. Lo preguntaba ayer Jorge Carrión desde el público y hacia una de las mesas de Ctrl+Alt+Del, reiniciando al monstruo: ¿no le sucede a la literatura, y al mercado editorial, que por culpa de la instantaneidad del publicar en blogs, eso de esperar meses o medio año para que el editor te saque tu libro al papel, provoque en los libros (en el lector) la sensación de que ya no pertenecen al presente, ni a nuestro presente ni al presente del autor? Nadie le contestó, porque hizo otra pregunta de seguido y los de la mesa la olvidaron o bien la consideraron pasada de moda por pertenecer al minuto anterior.
Que los días de la semana se hayan ido amontonando sobre el fin de semana que pasamos en Barcelona para ver a Depeche Mode dos veces más no significa que no deba hablarse de ello, que no sea importante; dentro de la escala de importancia que las cosas tienen en The Last Dance.
Cogimos el Xantia con el tanque rebosante de gasolina para gastarla poco a poco por la A-2. A la altura de Zaragoza, la A-2, aquella vieja N-2, se convierte en AP-2. Esa P te cuesta algo más de 20 euros. A mí una vez me enseñaron que según se rentabilizan las autopistas los peajes cuestan menos. En Cataluña esta regla no funciona y cada vez es más caro viajar por carretera a Barcelona. ¡20 euros!
Al llegar pasamos por la Zona Franca y por el Cementerio de Montjuic. Los dos lugares están rodeados de silencio, despoblados salvo por las prostitutas que aguantan la noche a pie derecho. Alberto me pregunta si he estado alguna vez allí, en ese cementerio. Yo no pero imagino que él sí. La pregunta me parece natural y unos metros después pienso qué tipo de pasados tenemos para que rondar los cementerios sea algo natural. No me contestéis, ya lo sé. En él están enterrados Buenaventura Durruti, Montserrat Roig o Francisco Ferrer i Guardia. La Zona Franca y el cementerio son lugares industriales y románticos, respectivamente, así que pienso, mirando a través de mi ventanilla, en Cold Meat Industry, que es también las dos cosas.
Ese camino nos lleva hasta el Palau de los Deportes en Montjuic. Aparcamos tan fácilmente que me resulta sospechoso y casi pienso que nos hemos equivocado de día. Sólo tendremos que hacer una hora de cola ante de abran puertas. A pesar de que en Madrid hice dos horas tengo más o menos la misma cantidad de gente delante, aunque se les ve más depecheros, la masa es más uniformemente negra. El segundo día de Madrid había un hombre detrás de mí que vestía camisa y jersey verde, pantalones quizá vaqueros, tenía el peno cano y no parecía la persona que esperas se haga dos horas de cola delante del Palacio de Deportes para conseguir el mejor sitio posible en la pista. Pero este hombre, acompañado de una mujer, llevaba dos chapas de Depeche Mode enganchadas en el jersey de lana. Me emocionó que hubiera algo tan irreductible en él.
Corrimos. Antes, cuando había menos miedo a las catástrofes, se abrían las puertas y tu corrías como si te persiguiera el demonio. Hoy no te dejan correr y, en el camino a las primeras filas, te encuentras varias barreras de hombretones que te dicen cosas como «calma chica», «más despacio chavala» o «no corráis, no corráis». La única solución es hacer carreritas entre barrera y barrera de hombretones y, cuando te acercas a ellos, disimular caminando lo más rápido posible. Eso sí, al traspasar la última frontera, cuando ya no queda nadie que te frene, se produce un sprint final adrenalínico similar a una carrera en un partido de rugby, vigilando a tus competidores, buscando el camino más rápido, esquivando a los más lentos, zigzagueando hasta colocarte en el hueco más cercano al escenario. En cuanto te has colocado, segundos después, notas cómo se agolpan a tu espalda todos los que vienen detrás de ti. Apenas medio minuto después ya no ves nada hacia atrás, sólo cabezas.
Ese es el momento de valorar con Alberto el sitio que hemos conseguido y contar las filas de gente que tenemos por delante. Comentamos si estamos más o menos cerca que tal o cual concierto de Depeche. Eso sí, regla de oro: siempre delante de Martin. Sin duda prefiero una séptima fila delante de Martin que una segunda delante de Fletcher. No me imagino a Alberto llevándome la contraria en eso. Lo siguiente es hacerse fotos, mirar las gradas, ver las lonas que se cuelgan («Depeche Mode, a mission of beauty» o la del Club Devotion) y valorar, de nuevo, la velocidad a la que se llenan en relación a tal o cual otro concierto de Depeche. Se hace cuesta arriba volver a ver a Soulsavers otras dos veces más. Una vez dentro del estadio falta una hora y cuarto de espera antes del telonero, aprisionados entre los cuerpos impacientes de las primeras filas, sin poder moverse apenas. Luego llegan los tres cuartos de hora de la impasividad de Mark Lanegan (siempre la misma ropa, siempre el mismo gesto, jamás una palabra para el público, el tic en su mano derecha, el pie de micro agarrado con su mano izquierda) durante los que nos entretenemos en buscarle parecidos (Hellboy, Tom Waits, luego pensamos en personas que se parecen a Hellboy, después me imagino a Lanegan limándose los cuernos). Cuando acaba el grupo llega la media hora de cambio, que es la más entretenida. Aparece un roadie del que somos fans debido a la falda de cuero que viste, sacada del armario de Martin Gore en la era Music for the masses. Comienzan a chequear que todo funciona. Primero la bola en blanco (primeros aplausos), luego la pantalla en blanco, luego la batería, los teclados, los micros y la guitarra roja de Martin con la que tocará In Chains. El momento más emocionante sucede cuando, cinco minutos antes del inicio del concierto, las letras D y M con la tipografía del último disco comienzan a dar la vuelta a la gigantesca bola que preside la escena, la bola es el sexto Depeche.
El primer día nos amenizó la espera un fan del rock de estadio, concretamente de Bon Jovi. Dijo que era el primero de la cola de su concierto, con entrada golden ring, si no fuera por un extranjero que tenía delante. Pero como era extranjero no contaba, en realidad; el primero era él. Comprendimos, en ese momento más que nunca, que Depeche Mode no son el grupo de synthpop oscuro, guapos y tan bien vestidos, con letras que te calan en el alma, sonidos con reminiscencias industriales tan bien trabajados y voces maravillosas con dos líderes carismáticos, sino un grupo más de rock de estadio dentro del circuito de grupos que hacen gira llenando los estadios; uno de esos grupos que hay que ir a ver, en definitiva. Ese es el motivo por el que cada vez hay menos depecheros en los conciertos de Depeche Mode.
El segundo concierto de Barcelona fue impresionante, tan bueno como el segundo de Madrid pero, debido a las sorpresas en el repertorio habría que colocarlo por delante. No sé si debido a la presencia de las cámaras (que grababan material para el DVD) o a que se trataba del último de cuatro conciertos en España, Martin y Dave hicieron un inesperado quinto bis en la lengua del escenario con Waiting for the night, como en Valladolid. Tampoco esperábamos que en lugar de Miles Away entrara Come Back, la cual me disgusta menos por lo que celebré el cambio. Al igual que en Madrid, el segundo día Martin hizo Dressed in Black en lugar de One Caress. Dressed in Black es el mejor momento de la gira, claramente, y siento mucho que haya públicos que se lo pierden. Ésta me gustó más en Madrid, pero quizá fuera porque era la primera vez que la veía. También hubo algunos cambios en el orden del setlist, como explica Peter en el Tour blog oficial.
El sábado por la mañana nos fuimos a comprar discos y la tienda en la que más recolectamos fue Revólver, donde hay una buena sección de vinilo y se encuentran ofertas. Con las bolsas en la mano y la entrada para la noche ardiéndonos en el bolsillo nos fuimos a comer a un excelente vegetariano cerca del MACBA, llamado L’Horta.
Después del concierto fuimos al aftershow. De verdad que era algo que no quería hacer pero inevitablemente acabamos cayendo. Nos citamos con el Comandante, quien nos ha dado cobijo en su hogar durante los días en Barcelona, en el KGB y allí prosiguió la banda sonora depechiana de nuestras vidas, jalonada con el fletcherismo del dj madrileño Rubi y el dj de la escena Albert Code. Y, en fin, aquí tenemos esta mitiquísima foto correspondiente a dicha noche y dicha fiesta. De izquierda a derecha Raúl (con mirada seductora) de Comando Suzie (el mejor grupo de España), Albert Code (rey de la fiesta) y (el inigualable) Alberto Monreal:
Volvimos a Madrid escuchando discos, que es una de las grandes cosas que tiene conducir. Escuchar las remasterizaciones de Kraftwerk mientras se recorre la AP-2 al límite del límite, y a veces algo más del límite, hasta que ves un coche de policía multando a uno que también quería ir más allá del límite escuchando las remasterizaciones de Kraftwerk, es una de las grandes experiencias vitales.
Regresé a Madrid con ganas de volver a escuchar a Depeche Mode en un tiempo, dejarlo reposar. La aparición del nuevo vídeo trunco en cierta medida mis planes, por desgracia el videoclip no me gusta, por lo que no tendré que escuchar Fragile tension muchas más veces. Al llegar a casa abrí un cajón para mirar la entrada de The Horrors, que llevaba un buen tiempo esperando en ese cajón con un post-it encima en el que podías leer, en letras mayúsculas y entre admiraciones las palabras BOLA DISCO. The Horrors, uno de los grandes grupos del siglo XXI, tocaron el miércoles pasado en Madrid. Era la tercera vez que les veía. Debería haber sido la cuarta pero el viento huracanado de Benicàssim canceló su concierto en el festival. Cumpliendo con el ritual, nos retratamos en el tiempo de espera, como si nuestra vida ya se hubiera convertido en un loop de cola-foto-telonero-grupo-cola-foto-telonero-grupo…
The Horrors hoy tiene todo lo que le falta a Depeche Mode, todo lo que tuvo. Despierta en mí algo que Depeche, con su previsibilidad, adormece. Depeche Mode es el grupo de mi vida pero The Horrors, The Horrors es yo hoy, es lo que tiene que ser la música para que te subleve, te retuerza y tú adores, te entregues, importes tanto como importan ellos.
Tienen la furia del primer disco (dadle al play en el primer video, el de Gloves) y toda la fantasía del segundo (play en el segundo, el de Scarlett Fields). Lo tienen todo por delante, tienen dos discos de los que no sobra ni una canción, son espectaculares sin montar ningún espectáculo, son guapos desde mi canon de hermosura, el cual entiendo que no se comparta, visten, miran, te cambian la vida.
Hay que ser fan, uno no puede pasar por la vida sin ser fan.