De entre todos los grandes acontecimientos que me suceden últimamente, he de destacar la Operación Lastre que está teniendo lugar entre las paredes de mi estudio, en nuestro palacete. Venía acariciando la idea desde hacía tiempo pero no me sentía capaz. Al despertar, antes de levantarme de la cama, solía pensar «hoy es el día». Me ponía las zapatillas, cruzaba el salón y entraba en el estudio. Miraba las paredes mientras me quitaba alguna legaña seca y, en silencio, me daba la vuelta cerrando la puerta.
La mañana que definitivamente sí fue el día no comenzó con una revelación bajo el calor del nórdico, más bien me contesté «yo creo que hoy no va a ser» pero, al entrar al estudio dije alguna que otra palabra fea y decidí, sin pensarlo mucho, arremangarme. Ya no podía más con el peso de mis cosas, así que empecé a vaciar las estanterías.
Hubo un pensamiento que me motivó bastante, reconozco que es algo lúgubre pero el amor es más fuerte que la muerte, y también más frío, así que provista de esa frialdad me pregunté ante cada objeto «¿cuando yo muera, Alberto querría conservar esto para algo?». Cuando sé que llegará el día en el que tenga que enfrentarme a vaciar la casa de mi madre se me hunde el mundo. Por ello, tengo que intentar que el trago sea el mínimo para los que deje atrás cuando yo me vaya.
Ese fue sólo el impulso final que necesitaba. Mis razones, en realidad, son más vitales: sólo quiero tener las cosas que necesito para vivir, las que de verdad me importan. Todas las demás me hacen pesar más de la cuenta. Mi cuñado Álex me odiará si algún día lee esto, pues le hice cargar con cajas y cajas de revistas y libros cuando me mudé por última vez. Pensar que ahora he tirado casi todas las revistas…
Pero en aquel momento, hace tres o cuatro años, yo no podía tirarlas. Pensaba que conformaban mi identidad y que todas las necesitaría, pues tengo una frágil memoria.
Arrastro conmigo muchos recuerdos para ayudarme a recordar y hoy he empezado a darme cuenta de que muchos de esos recuerdos ya no me recuerdan nada. ¿Por qué lo guardé? ¿A qué está asociado? ¿Quién me lo dio y porqué? Ya no poseo esa información.
¿Y qué voy a hacer entones? ¿Esperar que regresen las memorias? ¿Conservarlo todo para disimular, como si todo me importara, para evitar el cargo de conciencia?
Lo único que pudo hacer es enfrentarme al olvido con humildad y sinceridad. Deseo pesar poco, tener lo imprescindible, no comprar nada que no signifique mucho, usar las cosas sin poseerlas. Que me dejen libros, que me graben discos, leer las revistas y deshacerme de ellas, escanear lo importante, apuntar los datos, tirar el resto.