Es tarde. Yo me iba a recostar en el sofá para caer un rato dentro de un libro pero he leído, en un email, unas palabras preciosas sobre el polen y la sangre sobre la nieve que me han obligado a escribir. Como decíamos en este programa, hay escritores que te empujan a escribir.
Yo pensaba que la literatura servía para otra cosa, hasta que comencé a leer los libros de Belén Gopegui. No cuando leí La escala de los mapas, que no fue una revelación sino un anzuelo. Cuando me trasladé a Barcelona, Lidia y Mario me acogieron en su casa de Sabadell. En el camino a la estación de tren había una tienda para socios, una especie de economato de los libros donde se podía comprar más barato siendo socio. Mario lo era, por lo que empecé a comprar allí los libros de Belén Gopegui. Viaja en el tren a Barcelona, cada día, agarrada a ellos, o más bien aferrada. La escala de los mapas era un lugar para el refugio, un techadito donde no mojarse cuando llovía. Y entonces, en Barcelona, empezó a llover mucho. Durante la gran tormenta, todos los rayos me cayeron en la cabeza. Estaba un poco quemada (como la chica de la izquierda). Tocarnos la cara y La conquista del aire me empujaron fuera del techadito, donde me calé más miserablemente. En su segundo y tercer libros aprendí que había cosas que se podían hacer, además de cosas con las que se podían soñar. Y, también, que equivocarse es algo que hay que aprender a gestionar. La literatura y las conversaciones de la vida no hablan de las equivocaciones. Me refiero a que no se habla realmente de porqué uno se equivoca y por qué motivos. Pero no se habla con equidad de la toma de decisiones. Me gustaban las novelas de Belén porque el narrador o los personajes no toman partido por lo que, según ellos o según lo razonable, esté bien. De esa manera es más fácil hablar de las equivocaciones, ya que no hay un juicio preliminar que decide que, como nos hemos equivocado, somos culpables y todo es horrible y nos lo merecemos y culpa por esto y culpa por lo otro.
Mañana viene Belén Gopegui a nuestro programa. Belén Gopegui y Vincent Moon tienen mucho en común. Algunos vídeos de Vincent Moon se pierden en los huecos pero otros no, otros te sacan de ellos y te llevan a la acción. No construyen realidades de artificio donde estás a salvo de la lluvia sino que te empapan y te enseñan cómo se sale a la calle a fabricar algo. Los dos te abren las puertas de algo importante que sucede en algún sitio, y no juzgan, pero te empujan a la acción.
Hubo otro programa de radio que titulamos El fin del mundo no es el fin, porque muchos relatos apocalípticos hablan en realidad del principio de las cosas: de la refundación. Hace unas semanas, el día de San Isidro, cerró el Radar, el mejor bar de Madrid. Los días previos estuve intentando grabar allí una entrevista que me han hecho para un programa de Cultural.es llamado Nube de tags, que está dirigido por Diego Ortiz (La Más Bella). Pero no fue posible y finalmente la hicimos en Rara Avis. Me apenó porque era importante un último tributo a un lugar que, no siendo ni privado ni público, ni del todo individual ni del todo colectivo, me hacía sentir a gusto. La última noche fue triste y alcohólica, como todas las últimas noches de un bar que he vivido. Esta ha sido la tercera. Me gustaría decir que el fin del Radar no es el fin porque surge otro principio, pero esta ciudad no es tierra fértil. Bueno, igual lo es para un determinado tipo de hortaliza, pero no para el tipo de lugares que me ayudan a escribir posts de la categoría Cosas que pasan cuando sales a la calle. Cuando Sevi encendió las luces y apagó la música (penúltima canción fue de Ciëlo y última fue algo folk que no recuerdo) se produjo un aplauso durante varios minutos, con todo tipo de vítores. Sevi, dentro de la barra, sonreía con su habitual modestia y timidez. Yo, en ese momento, me lo habría comido a besos y le habría suplicado que no cerrara el bar.
¿Me empujará el cierre del Radar a abrir mi propio bar o mi propio club, algún día? Ayer cometimos la torpeza de volver al Dark Hole, y fue mucho peor que este otro último día. Además de que era horrible en términos absolutos (la música, la gente, el ambiente) en términos relativos era descorazonador compararlo con la semana que hemos pasado en Leipzig, asistiendo al Wave-Gotik-Treffen, evento del que Alberto ha dado cuenta en su blog y en sus crónicas diarias para La Defunción: 21 de mayo, 22 de mayo, 23 de mayo y 24 de mayo.
Pero, una vez más, me temo que para hablar de Leipzig se necesitará otra noche, que ya no esta.