Y el Diablo trajo el escándalo

Cuenta la leyenda que una joven segoviana, de profesión aguadora, tuvo un encuentro nocturno con el diablo. Harta, como no se puede estar de otra manera, de acarrear el cántaro por las calles empinadas de la ciudad, escuchó la oferta del maligno personaje: si consigo que el agua llegue sola hasta tu casa, me entregarás tu alma. Qué tentador aunque desalmado trato.

Ella aceptó, no sin remordimientos. El diablo trabajó a conciencia construyendo un inmenso acueducto pero, en el momento en el que el gallo cantó al alba, faltaba todavía la última piedra por colocar. El demonio había trabajado en vano, la moza conservó su alma atormentada y Segovia se ganó un acueducto prácticamente terminado.

Si esto hubiera sucedido hoy, el diablo se habría sacado un selfie antes de irse a corromper almas a otra ciudad. Y es eso lo que representa la escultura de José Antonio Abella en la calle San Juan: un ser bien encornado, rechoncho, desnudete y hasta contento, que se toma una foto con el móvil delante de una impresionante perspectiva del acueducto romano.

Antes de que esa obra de bronce fuera instalada el pasado 23 de enero, el tejido reaccionario segoviano se puso en pie. Una petición de firmas en una plataforma online alegó que la representación bonachona del diablo ofende a los católicos porque representa una “exaltación del mal”.

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