Ya en las calles, poco a poco, gracias al rumor fiel de los intermitentes, los crujidos graves de la caja de cambio, el acelerar tranquilo del motor, voy olvidando la escena del garaje. Toda esta orquesta mecánica de cámara parece dirigida por los semáforos. Rojo beso, verde no hay beso, recuerdo. Y así avanzo por la ciudad. Bajo el túnel de Alfonso XIII pienso siempre en una pareja de abogados treintañeros que estrellaron el coche contra sus paredes estrechas y murieron, de noche y sin tráfico, en un acelerón que nadie se explicaba. por eso siempre voy despacio en esa calle, aunque comprendo porqué corrieron justo ahí.
En los últimos tres años la cucaracha y yo hemos zumbado por Madrid a horas intempestivas. La M-30 vacía a las dos de la noche un miércoles. La Gran Vía siempre igual sea a la hora que sea. La glorieta de Carlos V muerta de frío y escarcha. Sólo de noche me da igual no escuchar música en el coche. La respiración ansiosa es un score apropiado.
Parando en cada semáforo de la calle de Alcalá he hecho recuento de las cosas buenas que me han pasado porque yo he querido que me pasaran desde el último 17 de abril. La lista era cortita, pero en cada luz roja me sorprendía con dos o tres cosas que había olvidado en el primer recuento. Y empezaba a pensar, a la altura de la Puerta, que para ser sólo doce meses no estaba tan mal.
Seis meses de Trama, seis números de Fiber, cuatro colaboraciones en NQP, dos guiones, dos relatos publicados, algunas entrevistas, unos cuantos programas de radio, muchas entradas en el weblog, dos podcast, artículos aquí y allá. Todo eso está registrado en la zorra de mi iBook y el engreído de mi iMac.
Pero hace unos minutos he esbozado otra lista de grandes acontecimientos, en realidad domésticos, que no están salvados en ningún ordenador, ni siquiera en mi memoria, sino en las memorias ajenas. Me refiero a todas esas cosas que no esperan ni realizo con grandes aspavientos pero que en cambio recordarás más de mi. Qué sé yo: una comida en El Granero, un beso en una esquina, unas palabras en un post-it, un Festival del Humor a tiempo, el ceño fruncido, yo de corcho, un golpe con un mueble, una pregunta inoportuna, una sesión de canciones, de rodillas en el suelo, mis zapatillas de fieras, arroz con sorpresa, mediecitas y otras cosas que yo no sé.
Ésta era mi manera torpe de decir que si no fuera por vosotros -ya todos sabéis quiénes sois- un año sería igual que otro, y yo me avejentaría cada vez más triste. Y no es así. En vuestros recuerdos queda la prueba. Yo olvido frágil, pero la razón no la pierdo.