Ayer vi Origen, la película de Christopher Nolan que crea sueños dentro de sueños y te hace dudar de la realidad… pero no demasiado, ya que a fin de cuentas es una película de Hollywood. (Para un mayor desarrollo sobre la película, id a este post de Alvy Singer).
La realidad en la que vivimos está habitada por seres reales y por seres ficcionados, que conviven y conversan infiltrados unos en el mundo de los otros, siendo cada vez más difíciles de distinguir.
El antropólogo Marc Augé nos advierte de «la ficcionalización de la realidad», donde todo se convierte en espectáculo. Por ejemplo, el turismo. Por ejemplo, los parques temáticos. Augé nos dice que cuando hay demasiadas imágenes, se pierde la imaginación. A pesar de ello, el imaginario individual se nutre de un imaginario colectivo, por lo cual los mitos no deben desaparecer.
Pero una cosa son los mitos y otra bien diferente Disneyworld. La gran dominación en el mundo de la Fantasía y en el mundo de la Economía del imaginario de Disney me da miedo, en especial sus parques temáticos. ¿Creen los niños que reciben como gran recompensa de sus padres el viaje a Eurodisney que ese lugar es real, que es un país, una ciudad o un estado donde su fantasía se vuelve real? Lo creen. Una niña que conozco bien, una niña inteligente de 5 años, cree que Francia ES Eurodisney.
Jean Baudrillard relacionó la representación de Disneyworld con la representación de la Guerra del Golfo: «¿saben cómo celebró su victoria el General Schwarzkopf, el gran estratega de la Guerra del Golfo? Con una gran fiesta en Disney World. Esas celebraciones en el palacio del imaginario fueron una merecida conclusión a una guerra tan virtual». Baudrillard dice que ya no existe la Sociedad del Espectáculo que acuñó Debord porque ese mismo concepto se ha espectacularizado. Ya no somos espectadores, somos extras de la función. Estamos en ella, pero no podemos hacer nada por cambiarla. De igual manera estamos dentro de la Historia, pero no podemos controlarla. Por eso hablamos tanto de que necesitamos una Revolución (y Augé dice que estamos viviendo una era Pre-Revolucionaria) pero nadie es capaz de mover un dedo. Los extras no pueden hacer nada más que figurar. Recordad lo que le pasó a Brüno (Sacha Baron Cohen) cuando sobreactúa en la grabación de un capítulo de una serie, dentro de la película-documental Brüno, donde un personaje ficticio se introduce en la realidad inoculando humor.
Para que estas filtraciones entre realidad y ficción se hayan venido produciendo, han tenido que construirse puentes entre un mundo y otro, pasos fronterizos bidireccionales. Es decir: no sólo hay realidad en la ficción sino también ficción en la realidad.
[audio:http://blip.tv/file/get/Quiereshacerelfavor-49DndeVaUnPersonajeCuandoSeAcabaSuNovela_13092010538.mp3]Dora García realizó en el año 2009 una exposición en el Centro Galego de Arte Contemporánea (Santiago de Cosmpostela) titulada ¿Donde van los personajes cuando la novela se acaba? Se reunieron 11 obras que tenían en común que, en ellas, la ficción participa de la realidad y el espectador se convierte en actor. En 2010, el CGAC editó un libro bajo el mismo título como continuación de esa exposición. La pregunta del título, nos explica al teléfono la creadora vallisoletana, «habla de la independencia de los personajes respecto a su autor». A veces esos personajes aparecen en otras novelas, cruzan las obras, «como un Guadiana» y pueden aparecer en otros libros, incluso en los libros de otros autores.
Por ejemplo, en William Holden in Frankfurt, de Dora García, aparece un señor que dice ser William Holden, el actor estadounidense de Sunset Boulevard (El crepúsculo de los dioses).
¿Quién eres cuando no eres tú?
Hemos realizado un programa en ¿Quieres hacer el favor de leer esto, por favor? titulado ¿Dónde va un personaje cuando se acaba su novela? En esa hora de tiempo de radio hemos intentado demostrar la importante confusión entre personas y personajes en la que nos hemos acostumbrado a vivir. Tanto entre la producción literaria, cinematográfica, cómic y videojuegos como en la vida real contante y sonante.
Ahí tenemos la inevitable mención a Los muertos, la novela de Jorge Carrión a la que volvemos una y otra vez («Acaba de morir Miguel Delibes; yo respeto mucho su obra; pero sinceramente me afectó más la muerte de Nate en A dos metros bajo tierra, después de estar cinco meses, día a día, conviviendo con él» le dijo a Carolina en una entrevista); Sospechosos de David Thompson; Cómo ser John Malkovich («¿alguna vez has querido ser otra persona?», dice su tagline) y otros magníficos guiones de Charlie Kauffman; las webs de Hi-Res (en especial las que realizaron para The center of the world de Wayne Wang, Requiem por un sueño de Darren Aronofsky o The LOST Experience); la psicomagia de Alejandro Jodorowsky y el final de La montaña sagrada: «este es el fin de nuestra aventura, nada tiene un final (…) si no podemos obtener la inmortalidad, al menos obtengamos la realidad (…) estábamos en un cuento y volvimos a la vida, pero, ¿es esta vida real? ¡No! ¡Esto es una película! ¡Zoom back camera!» dice un Jodorowsky no con barba blanca como yo lo recordaba, sino bigote, como podemos ver en este vídeo:
La Nada avanza y devora Fantasía, como nos enseñó Michael Ende en La historia interminable (gracias @diabolizante). Vivimos una época de máxima ficcionalización de uno mismo, algo que en literatura se ha venido forjando en los diarios íntimos y la producción epistolar pero ahora vivimos a un nivel masivo con la creación de avatares que nos representan online en blogs y microblogs. Incluso en los reportajes periodísticos, las personas no son tales, sino personajes.
Durante ese programa, nuestra inspiradora Elisa McCausland (@reinohueco) aportó más casos para cruzar el espejo. En cómic también tenemos Inside Moebius, una obra donde el autor se relaciona con sus mitologías; The Unwritten, de Mike Carey, donde un actor que hace de mago (a lo Harry Potter) termina siéndolo, o no; Superman: Secret Identity, donde dos personas, Lois Lane y Clark Kent, resultan ser parecidos a los de la ficcion. No hemos hablado del teatro, pero sólo por poner un ejemplo que nos recuerda Elisa: el juego de espejos de Su seguro servidor, Orson Welles.
Mujeres noveleras
Escribe Constantino Bértolo en La cena de los notables que llamamos bovarysmo cuando el retorno a lo real está teñido, como le pasó a Emma Bovary, de la experiencia, falsa o virtual, que ha conocido en los libros y que ha alterado sus expectativas, su horizonte de deseos y su escala de valores. Escribiéndonos con Eloy Fernández Porta sobre el tema del programa, él recuerda cuando los personajes se vuelven dignos de imitaciones («ejemplarizantes»). Por ejemplo, en la segunda mitad del XIX, esos personajes femeninos de la literatura realista que «han leído demasiadas novelas» y que intentan imitar a sus heroinas románticas (Madame Bovary de Flaubert, En la caja de Henry James o Tormento de Galdós). Con el realismo, además de destacar la posición de la mujer en la cultura, aparece una crítica a la mala influencia (lo quijotesco) de la literatura en la vida. Algo curioso que dice Eloy es que aunque parece un debate decimonónico y superado, en realidad aflora con frecuencia cuando aparecen textos autobiográficos que presentan un modelo de feminidad «que no concuerda con el modelo de mujer respetable socialdemócarta ni con la figuración convencional de la vida interior en literatura». Ejemplos: Textos como Paradoxia de Lydia Lunch, Diario de una adolescente de Phoebe Glockner o Frágil de Eva Vaz, entre muchos otros, obligan a reconsiderar si la literatura debe «representar excepciones estéticamente interesantes» o construir «modelos de mujer aceptables por la mayoría».
En la exposición de David Rubín nos encontramos con otro dibujante, Juan Berrio. Berrio nos habló allí de su Cuaderno de frases encontradas y le pedimos que nos lo contara de nuevo en la radio, ya que convierte en viñeta escenas reales de dos o tres segundos que capta cuando va por la calle. Y a Rubín también le llamamos, porque en la presentación de esa exposición sobre Solomon Kane, Javier Olivares y él recordaron el epílogo final de Cuaderno de Tormentas, que comienza cuando el protagonista tira el Cuaderno de Tormentas, el mismo que leemos, al suelo al grito de «¡maldito seas!», y se inicia con las palabras: «Este ha sido la torpe narración de mi deambular por Ciudad Espanto, mi último e inacabado relato. Disponte a temblar, amigo mío, si como yo has llegado hasta este punto y final».
«No debemos estar aquí, somos imágenes, fotografías, ilusión» advierte Jodorowsky en La montaña sagrada, destruyendo el espejismo del espectador que los sintió reales, que se identificó con ellos. Una tarea, a estar alturas, imposible.
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