La semana pasada pude visitar la reutilización de un espacio obsoleto a las afueras de Ámsterdam. Ante la necesidad de dar acogida a un creciente número de refugiados, el Estado ha cedido estas instalaciones no solo para darles una posibilidad habitacional gratuita sino también para crear un espacio de alquileres baratos a artistas y organizaciones que trabajen sobre el tema de migrantes y refugiados.
Hasta aquí no suena mal, pero eso es quizá porque he eludido un dato fundamental: las instalaciones obsoletas a las que me refiero son las de la antigua cárcel de Ámsterdam.
Conocí un refugiado somalí que había declinado amablemente su plaza en Wenckebachweg, que es el nombre de esto que llamaríamos campo, entre comillas, de refugiados en la vieja prisión de Bijlmerbajes. Al preguntarle porqué prefería ir de sofá en sofá en lugar de tener un espacio propio, contestó: “ya he pasado por suficientes cárceles en mi vida”.
El COA, el organismo que maneja el flujo de refugiados que llega a los Países Bajos, gestiona los recursos que tiene con holandesa habilidad. Pero es evidente que en sus cifras de impacto no contempla el daño psicológico. El refugio de migrantes Wenckebachweg tiene un poco de no-lugar: un lugar de excepción, de control, de paso, de no-vida. Hay más lugares como ese donde, a mayor control, mayor privación de derechos. Y todos están atravesados por una única y estremecedora variable: la política migratoria.
Este inmundo, inhumano e idiota sistema de control migratorio produce no-lugares como setas: centros de detención, centros de internamiento, centros de estancia temporal, redadas en el centro de una ciudad… en el centro del sistema no hemos puesto los derechos humanos, hemos instalado unos barrotes.
Los Centros de Internamiento de Extranjeros no son cárceles pero tienen todos los barrotes para serlo. En Madrid hay uno en el barrio de Aluche, lindando con el descampado sobre el que hace no mucho se levantaba la cárcel de Carabanchel. No deja de ser irónico que se demoliera la prisión que privó de libertad a tantos luchadores contra la dictadura franquista y, a su lado, ocultando sus barrotes con unas pintorescas contraventanas azules, se alce hoy otro tipo de prisión contemporánea. El CIE de Aluche es un lugar de retención forzada para expulsar de España a otro tipo de luchadores y héroes, hombres y mujeres que, por el motivo que sea, abandonan sus casas y llegan a España buscando libertad y una vida digna.
España, en cambio, tiene otro plan para esas personas: tratarles como criminales. Parece dar igual las veces que repitamos que entrar en España de manera irregular no es un delito sino una falta administrativa. A pesar de ello, el sistema les confina en una instalación que no la llama cárcel pero de la que no se puede salir de manera voluntaria. Los testimonios de los que han pasado por allí nos hablan de humillaciones y privaciones de derechos. Es un lugar de insalubridad y de muerte. Los internos se empoderan y están haciendo visible la injusticia. Los jueces denuncian serias irregularidades. La sociedad civil lleva tiempo pidiendo el cierre de los CIE, “un guantánamo español”, lo llaman.
¿Y cuál es la respuesta del Gobierno ante este clima de denuncia? Abrir otros tres CIE.
Para el ministro del Interior, Juan Ignacio Zoido, construir más Centros de Internamiento es necesario porque el CIE es “una herramienta para controlar la política migratoria que tiene la Unión Europea”. Gracias por la sinceridad, señor ministro.
España no está sola. España es socia de la Unión Europea en una política de control infame, destructora de los derechos humanos, ciega, idiota, cabezota. Una política inspiradora de no-lugares demenciales, capaz de ubicar a personas que han dejado atrás su hogar y ahora tienen una no-vida en no-casas con formato contenedor de obras, antiguos módulos carcelarios con toque de queda y antesalas de la deportación y vuelta a la casilla de salida. Un lugar al que llamamos “CIE” como quien dice “parabenes”: algo que no sabemos muy bien qué significa y que tampoco nos cuentan porque una de las características de los no-lugares es su opacidad para los que no viven en él.
Si lo que se pretende es regular la inmigración, el CIE se ha demostrado como no eficaz. Hay que cerrarlos y además hay que impedir que se construyan más. Si lo que se quiere es asustar y amedrentar a los inmigrantes y hacerles sentir que España y la Unión Europea no es lugar de acogida entonces sí, el Ministro tiene razón, el CIE es la herramienta fundamental para el control migratorio.