El crepúsculo del vampiro oscuro

La adaptación contemporánea del mito vampírico nos trae criaturas blanditas, humanizadas, que se enamoran de vivos y se alejan del clan

Siendo los vampiros, como son, inmortales, (no) viven entre nosotros, ciudadanos del crepúsculo del año 2008, adaptados a nuestra moda, hábitos y cultura.

Cuando Angel, el vampiro con alma creado por Joss Whedon, conduce un fabuloso convertible por las calles de Los Ángeles en la serie que lleva su nombre nos parece normal, en lugar de cabalgar el caballo con el que aterrorizaba las aldeas de Rumanía en el siglo XVIII.

A pesar de que estas criaturas de la noche siempre han estado con nosotros, en los últimos años se han vuelto más visibles, han salido al mainstream, como se diría en la serie True blood, que Canal + estrena bajo el nombre Sangre fresca este mismo jueves. Y esto ha sido gracias -como siempre en los fenómenos de masas- al público adolescente, que apasionadamente se volcó en las novelas de Stephenie Meyer.

Meyer, como ha confesado en alguna entrevista, nunca se había interesado especialmente por los vampiros, ni había leído sobre ellos. La idea le vino de un sueño en el que una mortal se enamoraba de un vampiro, y corrió a escribirlo. El mito vampírico está pues impregnado en nuestro subconsciente.

Los Cullen de Crepúsculo viven en el pueblo estadounidense de Forks. Son vampiros que simulan llevar una vida normal y corriente, aunque un poco alejada de los humanos. Sus ojos son dorados y sus rasgos terriblemente atractivos. Forma parte del mito la capacidad de encantamiento que estos demonios, bien por su belleza o por sus artes mágicas. Recordemos al Drácula de Coppola y la influencia, aún viejo y feo, sobre Mina Murray / Elisabeta. «Personalidad, personalidad y personalidad. ¿Quién dijo que la belleza lo es todo? Ninguno de nosotros, os lo puedo asegurar», dicen los vamps que escriben el blog de Sangre fresca.

En jerga urbana, de hoy en día, la Mina Murray de Bram Stoker (puedes leer su novela Drácula, en inglés, aquí) es una fangbanger, como Sookie Stackhouse (heroína de los libros Southern Vampire de Charlaine Harris en los que se basa True blood) ya sabes, una de esas… que se juntan con esos… chupasangres.

No sólo de sangre de góticos se alimenta el vampiro

El movimiento gótico ha ayudado a mantener el mito -y el rito- en forma. «Ellos entienden», dicen los vampiros.

La recuperación de vampiros ilustres continuará en los próximos meses con, por ejemplo, la condesa de Bathory, cuya nueva película dirigida y protagonizada por Julie Delpy se estrenará en 2009. La llamada condesa sangrienta fue acusada, juzgada y condenada por asesinar entre 80 y 612 mujeres jóvenes, en cuya sangre se bañaba.

Existen reglas que crean género y pueden ser más o menos flexibles, aunque en películas como Crepúsculo, la adaptación al cine por Catherine Hardwicke del libro de Meyer, algunas de esas normas se diluyen para permitir el acercamiento entre humanos y vampiros. Estos no-muertos duermen de día y viven de noche, no sólo porque sus raíces oscuras les convierten en criaturas de la noche, sino porque no pueden soportar la luz del día. Pero, como el objetivo del vampiro moderno es la convivencia, la regla se diluye y acabamos permitiendo que puedan vivir de día e incluso exponerse a la luz sino es de forma directa.

Los vampiros personifican la fascinación por lo prohibido, por ello los adolescentes y aquellos que se apasionan por lo extremo caen también en el encantamiento. La sociedad victoriana durante la cual se explotó el mito literario era especialmente reprimida, y de ese caldo de cultivo surgió el Drácula de Bram Stoker.

La sociedad de hoy, en cambio, no sufre esa represión y por ello sus vampiros no son terroríficos sino comprensivos y humanizados. Pero lo que sí hay es una inmensa sed de fantasía y escapismo, especialmente en los más jóvenes, que buscan un romanticismo estético a cascoporro, algo que los haga diferentes y, a la vez, pertenecientes a un mismo grupo que se reconoce unido, fuerte, especial, fan, fan a muerte.