Diario del coronavirus (10): La teniente Ripley no tendría miedo

Para saber cuándo fue el último (y único) día que había salido de casa durante el estado de alarma, he tenido que buscarlo en las entradas de este diario. Cuando quise contarle al charcutero que llevaba no sé cuántos días sin salir, me di cuenta de que era literal: no sabía cuántos eran. En el confinamiento, todos los días parecen iguales.

Probé un número al azar: “siete u ocho”, dije. Y qué va, estaba exagerando. Eran seis, ahora que los cuento. Como Alberto sale todos los días para ir a trabajar, es él el que hace una parada rápida en el supermercado cuando lo necesitamos. Pero en su día de libranza, dije que yo me encargaría. “Es bueno que salgas, así ves por ti misma cómo están las cosas”, me dijo Alberto, aunque en esas palabras yo creí escuchar un “a ver si cuentas en tu diario algo que hayas visto por ti misma en lugar de rajar lo que te cuentan tus amigas por los chats”. Alberto me había mandado un pdf con los protocolos de salida y entrada de casa, que me estudié el día antes de acometer mi misión. Cosas importantes que dice el protocolo en cuestión de vestuario: chaqueta de manga larga (ok), no llevar aretes ni pulseras (jamás), ni anillos (vale) y recogerse el pelo (en el dibujo sale una señora con moño, así que yo hago lo mismo). Luego está el asunto de la mascarilla. No dejo de recibir informaciones contradictorias. Seguimos teniendo seis mascarillas quirúrgicas en casa pero ya me han dicho en varias ocasiones que no evitan el contagio. El protocolo añade también llevar “paños desechables para cubrir los dedos al tocar superficies”. Me cuesta hacerme a la idea de qué es exactamente un “paño desechable”…, quizá podría haber llevado un paquete de pañuelos de papel…, pero me olvidé. Lo ideal habría sido tener guantes, pero no es el caso. Era tan vergonzosa la cantidad de cientos de guantes de latex y nitrilo que he usado y he desechado en mi vida, debido a mil piel atópica, que desde hace dos años intento apañarme con otro tipo más duradero. Ahora que los guantes están agotados en las farmacias, cuánto he lamentado no tener una caja. Lo que me lleva a pensar en las toneladas de residuos que debe estar generando esta crisis.

Cuando estoy preparada, con el moño y la chaqueta de manga larga, me doy cuenta de que me da miedo salir. De que no quiero salir.

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